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sábado, 21 de junio de 2008

Hurt



Piel de gallina

La vida desde los ojos de un gigante invisible


El gigante invisible se despierta a la mañana, y hace las cosas como cualquiera las haría. Camina por el pasillo, directo al baño, medio dormido, con unos arañazos del sueño que tuvo. Si, los gigantes, sean invisibles o no, también tienen sueños.
Se mira al espejo, pero no se da cuenta que es un gigante, y menos invisible.
Él es eso que todos los días observa. Y el espejo está a la altura de su cara, ahora medio dormida.

Claro, nuestro gigante, invisible, también puede verse al espejo. Él piensa, como muchos, que lo esencial es invisible a los ojos.
Más tarde, después del desayuno, sigue estando solo. Así es cuando mejor puede sentirse. La ventaja de saber, con seguridad, no ser observado. Por supuesto, si es invisible, ¿cómo podrían verlo? Sin embargo, lo sienten, y es casi lo mismo.
Es en ese momento, cuando se acuerda de que es un gigante.

Todo el día puede transcurrir, entre acordándose y olvidándose de que es un gigante, además invisible.
Pero nunca terminará de entender, porqué tiene que ser así.
Es uno de esos fríos días, que hay que moverse, solamente para no tener frío.
A menos que estuviera todo el día tirado, en la cama, durmiendo.
No, posiblemente tampoco podría. Se nota que frunce un poco el seño al pensarlo. Una partícula en el aire actuó de manera diferente a como lo hubiera hecho, si no habría movimiento en el espacio, en ese preciso momento.
¿Cómo podría estar todo el día, tratando de que pase el tiempo, en una cama? Para eso ni siquiera es necesario estar vivo. Él, el gran gigante invisible, está vivito y coleando al viento. No puede dejar pasar el tiempo de esa manera. Más allá de que parezca imposible, él tiene un motivo.

Pasado el baño, pasado el desayuno, otro desafío: ¿qué hacer, que lo haga más feliz?
Al fin de cuentas, no se siente diferente, y eso es lo que más lo atormenta.
Sale a caminar, tiene que juntar leña, en semejante día, tan frío, tan lleno de cosas, vacío de calor, y lleno de color, un poco de rojo y naranja van a despertarlo.

Es que tiene que pasar el invierno, a lo largo y a lo ancho porque, en primavera, lo espera su dulce y pequeña brisa, tan pequeña que no puede ni abarcar toda su mano, pero que lo acaricia, lo recorre, de punta a punta, hasta regocijarse de compañía. Y él, tan grandote, también aporta su granito de arena, le sonríe todo el tiempo, absolutamente agradecido. Ella lo nota, es como mirar un constante pero suave rayo de sol.

Y eso no es nada poco para ella, tan chiquita, se desborda de tanta sonrisa, hasta que le estalla la panza durante toda la primavera. Pero sabe que después tiene que dejarlo de nuevo....

Los dos lo pensaron en algún momento, ¿qué pasaría si se queda escondida?
Pero no se animan, quizás no funcione, quizás se pierdan, y para siempre.
Entonces se vá, al final de cada primavera, antes de ser aplastada por una gigante, tanto o más que su amor, pero violenta gota de lluvia veraniega.


Se esconde debajo de una piedra, bien cerca, y se queda esperando, anhelando, soñando, en el momento en que pueda ver otra vez esa constante, gigante y luminosa sonrisa, invisible.

Tanto podría decirse acerca del gigante y la pequeña brisa....pero sólo ellos se entienden, aire y gigante, vacío y sonrisa.

martes, 17 de junio de 2008

Un sueño como cualquiera

Solo quiere estar en algún lado….y en ese lugar, quiere volver a estar…
No es nada de lo que le pasa ahora, no es nada de lo que pueda llegar a pasar, porque en la nítida realidad, todo puede estar totalmente desconexo. Pero, un sueño realizado, es más que cualquiera realidad.

La más fácil de las instrucciones: cerrar los ojos, y todo vuelve a ser tan vívido y palpable, como alguien pueda recordarlo.

De a poco está llegando…un lago calmo, en cualquier atardecer.

Todos y nada alrededor al mismo tiempo, nadie, esperando que pase algo, hasta que pasa.

Se sumerge en las aguas tranquilas, la estaban esperando, para navegar con su cuerpo, dejarse llevar por esa corriente, sin poderlo controlar. Se arrastra, le da miedo, pero quiere seguir, a ver hasta donde puede llegar.

Parece que fuera casi de noche, pero todavía, ese único rayo de sol que sigue vivo, le refleja lo suficiente la cara, sensación de placer, irreproducible.
No puede evitar seguir esa hermosa corriente, donde todo lo que pueda pasar queda en el olvido, porque no tiene nada más que recordar, al menos en ese momento.
Nada que lo interrumpa, nada que pueda arrancarla, ni de tallo, ni de raíz, de su psicodelia infalible, donde la mente ve solo manchas amarillas, degradadas.

Todo el pasado, todo lo que le haya pasado, queda bajo la nada, y el futuro puede manejarlo, como está pasando el agua alrededor de cada parte de su cuerpo. No se pregunta, ni se responde: dónde está su cuerpo, donde está su pensamiento, lo que sea que la hace avanzar como una pluma en el agua.

Y se arrastra, como la partícula más dulce que pueda pasar por el agua, que solamente la contiene. Nada más que ver, nada más que la sensación navegar con su cuerpo. Nada más que ver, ni nada menos.

La primeriza de las sensaciones.

Sabe que eso no dura mucho, en algún momento el arroyo se corta, como la felicidad que sentimos en momentos perdurables. Pero lo recordará por siempre. Y antes de que el destino, la vida, o lo que sea que hace que esos momentos no duren tanto como quisiéramos, antes de la llegada abrupta de la maldita desilusión, se desilusiona a sí misma, pegando la vuelta, porque se corta ahí su camino.
Se cortará su ensueño, o….¿podrá ser que esos ángeles tuvieran cuerdas para largo?

Lo maravilloso de los sueños, es que siempre pueden sorprendernos. Y éste es mi sueño, así que hago lo que quiera con él.


Decidí simplemente que acá no terminaba todo esto, y mi vuelta no fue la que creía.
Parece que puedo volver, plácidamente.
Y con la misma felicidad extrema que llegué hasta este extremo, me voy al otro, al menos hasta que el sol siga cegándome los ojos.