Lo que veo, desde arriba, desde el último y más alto piso, el que tiene el cielo como último techo, es, simplemente, todo.
Todo se mueve, todo cambia de forma, todo avanza, todo se transforma.
Todo camina, todo vuela, todo rueda.
Todo emite un sonido, o permanece en silencio.
La señora sale, el hombre entra, el nene cruza, la paloma vuela entre ellos, el auto los costea, el colectivo espera, la bicicleta flota, el árbol se menea, la moto ruge, el perro ladra, el gato corre, el chillido musicaliza, el torno lo tapa.
El anciano mira, el joven salpica, el loro abre el pico, pero el viento se lo cierra.
El desesperado corre contra el viento.
El viento corre a la lluvia.
Entran, salen, llegan, se van, avanzan, retroceden, o simplemente esperan.
Todo fluye, todo no tiene paz, pero tampoco busca tenerla.
Todo no tiene oportunidad de quedarse quieto.
Yo miro todo, y me voy. Seguir con lo que estaba haciendo.
Todo nunca se siente solo. Todo siempre tiene alguien más que lo observe, desde arriba, desde el único lugar donde todo puede apreciarse.
Mientras, nadie se queda quieto.