Una persona de muchas palabras.
Siempre tenía algo que decir. Aunque no fuera nada interesante.
Y hace rato me apoderó un vacío de palabras. Como un dragón rojo que me dejó triste y chamuscada, pero de a una sola llamarada por noche.
Es el vacío de palabras, o el peso por la imposibilidad de decirlas.
No recuerdo que fue lo que ví primero. Si fueron los filos brillantes de la tijera, o las plumas ya flotando en el aire. Lo que haya sido, ya era tarde, me había cortado las alas.
Ahora creo que mis palabras eran el vuelo de mis sueños. Exóticos y tropicales, lejanos e imposibles.
Ya no tengo sueños imposibles. Si en algún momento tuve algo de vuelo o de imaginación, ese mismo vuelo ahora se fue volando, propio de su esencia.
Quizás es que, de pronto, descreo de las palabras. Sí, también de las mías.
Intolerante o fría, no tengo ganas de volver a ser la que era, aunque es lo que más me duele. Tampoco soporto otra desilusión, ni tengo ganas de disimularla.
No sueño en azul. Pero lo veo y lo escucho.
No sueño en verde, pero tampoco me marchito.
Me apodera la congoja de un dolor, de otra cosa más que quizás nunca vuelva a ser lo que era. El destino dirá, no puedo interceder sin capacidad de habla.
No sé qué se hace con la desilusión, aunque esta vez tengo que terminar de arrancarla, de cuajo y de raíz, espolvoreando la tierra seca en la cara de los egoístas.
Ojalá mañana pueda decir: mis alas están echando nuevas raíces.