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viernes, 23 de julio de 2010

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Hoy la belleza habla por sí sola.
Siempre lo hace.
Me gustaría poder llorar de emoción y dar las gracias.
Sin embargo, me estalla el pecho.
Estalla de felicidad.
Dentro, muchas, muchísimas partículas de belleza.
Empiezan a volar.
Se suman al todo y se pierden en la brisa, en la misma belleza.
Un solo árbol, frondoso y amarillo, en el medio de este invierno de árboles pelados.
Ahora ya con brotes a punto de explotar, recortando cada uno una forma diferente sobre el cielo.
El amor de la contemplación pura.
El ardor de los contrastes.
La sin razón de la belleza.
El calor que calma la desesperación de las almas congeladas.
La perfección en todo, cuando estamos tibios.

domingo, 18 de julio de 2010

Me quiere, no me quiere...

Me quiere
No me quiere
Me quiere
No me quiere

¿No me quiere? ¿Es posible?
Seguro me quiere, pero no sabe cómo demostrarlo.

Era la última pequeñísima burbuja que sobrevivía a la espuma de la ola. El caballo pasó, al galope, y la reventó. Él montaba sobre ese caballo.

Una escena muy viril, muy perfecta, pero poco usual para estar deshojando una margarita entre tanto. Los pétalos volaban apenas los arrancaba, se volvían lejanos e inalcanzables. No me era posible perseguirlos y pedirles una explicación.

¿Por qué no me quiere entonces?

Una vez más, me fui caminando, triste, por supuesto, y cuesta arriba.
Subía el médano, sin apuros, aunque el viento sí me apuraba un poco.

Ya había pasado mi caballo, se había ido mi tren. Había continuado su marcha siempre hacia delante, avanzado vertiginosamente, sin reparar en mi presencia.

Lo mismo todas las mañanas, lo mismo todos los amaneceres.
Yo, en la playa, deshojando la margarita, y él desfilando frente a mí, inmune a mi presencia, generando sólo un poquito más de viento del que soplara en la playa en ese momento.

Y así, esperé al siguiente amanecer. Mi amado pasaría al día siguiente, con su caballo al galope. Pero la próxima mañana sí repararía en mi presencia y aunque más no sea podría preguntarle: ¿por qué no me querés?

Volví a la mañana siguiente, como todas las mañanas, con mi margarita, lista para empezar a deshojarla.

Y una vez más, pasó mi caballo, pero esta vez ya no era mi jinete de todas las mañanas quien lo montaba. Inmediatamente y también, precipitadamente, me enamoré con locura. Volaban los pétalos.
El caballo y su nuevo jinete avanzaban seguros.

Pero de repente el tiempo se detuvo, y también lo hicieron el jinete y su caballo. Se clavaron bruscos en la arena, estacionaron su marcha, y dieron vuelta lentamente sus cabezas. Fue entonces que el jinete retrocedió y susurró algo directo a mis labios, mirándome con dulzura.

No pude permanecer en mi lugar. Tenía tan mal aliento, que tuve que salir corriendo.

Nunca más volví a la playa, ni pude volver a ver un amanecer. El terror del recuerdo me atacaría de inmediato si lo intento.
Por eso ahora me gustan los atardeceres en el campo. Hay menos viento, y los pétalos de las margaritas no vuelan tan lejos. Ahora puedo alcanzarlos y preguntarles: ¿por qué no me quiere?

No duermo sola

Finalmente recosté la cabeza sobre la almohada, sintiéndome plenamente feliz, como pocas veces.
Hacía horas ansiaba el momento, imaginaba poder encontrarme desvestida, casi desnuda, por supuesto sin medias, cubriéndome con el peso de las sábanas y las cobijas. Poco a poco me irían dando calor. Sentir la suavidad de las sábanas rozándome.

No tenía sueño suficiente, pero sin embargo ansiaba recostarme y sentir esa sensación de paz, tranquilidad, plenitud, alegría y felicidad previa a ese mismo y preciso sueño.

Poco a poco fui aproximando mi cuerpo junto al suyo. Sentí cómo la temperatura aumentaba, al acercarme al calor de otro cuerpo que yacía en la cama desde varias horas antes. Y también inhalé la atmósfera de ese otro sueño.

Recuerdo la luz, era simplemente perfecta.
Pensé que ni siquiera cuando cerramos los ojos estamos en completa oscuridad. Siempre estamos imaginando cosas, o simplemente soñando cosas que después no recordaremos.

Cada endija de la persiana se reflejaba sobre la pared, alumbrándola con pequeñas líneas blancas que dibujaban una forma. Cada pequeño rayito de luz permitía reconocer cada uno de los objetos de la habitación, los proyectaba y los hacía nacer de nuevo, bajo otra mirada.
Todo era conocido para mí, pero seguía siendo totalmente magnífico.

Éste fue mi minuto de felicidad absoluta, irreproducible.

Las pasiones

Son sólo, o tanto, como 3 frases de una película. El ladrón de orquídeas

Hay demasiadas ideas. Y cosas, y gente.
Demasiadas direcciones que tomar.
Comencé a pensar que la razón por la que es bueno que algo te interese, apasionadamente, es que reduce el mundo a un tamaño más manejable.

Creo que sí tengo una pasión de la que no me avergüenzo:
Quiero saber cómo se siente que algo te interese, con pasión.

La mayoría de la gente anhela algo excepcional, algo tan inspirador que los hiciera arriesgar todo por esa pasión, pero pocos realmente lo harían.
Es muy poderoso y es intoxicante, estar cerca de alguien tan vivo.