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martes, 4 de noviembre de 2008

Mi pies no me siguen


Sumo la infancia más la preadolescencia y no puedo sumar o restar nada más por ahora. Después sumo la vejez y la adultez, y claro que parece lo mejor. Pero después pienso que sería bueno sumar solo la adolescencia y la adultez, pero restando la infancia, total si ya no me acuerdo.

Como sea, al final de cuentas, todos siguen su camino, las cuentas no me van a dar nunca redondas. Yo creí que podía sumar por este lado. El pasado lo indicaba. Pero…sorpresa, no, no. En alguno de los lapsos, el camino se pavimentó de nuevo y a mí no me pasaron el calzado apropiado para transitarlo. Así y todo, pensamos que en un momento podríamos volver a cruzarnos, y hasta hicimos un pequeño intento. Nos prestamos esos viejos zapatos que antes nos quedaban tan bien y tan cómodos. Caminamos con ellos, sin hacer ruido. En esos momentos, varias veces tu perfume se me hizo presente una vez más, en la luz de las 3 y cuarto, en la noche borrosa, o simplemente en el recuerdo, aunque no oliera a nada. Y caminaba, esperando sentirme tan cómoda como antes.
Quizás estaba cómoda, pero no caminaba tranquila, no me reconocía en tus viejos zapatos, y aunque sé que ni lo intentaste, vos tampoco en los míos.

Es tiempo de tomar una decisión. Camino descalza, siempre por este mismo camino, no el de antes, no el de tus zapatos, no el mío.

Camino mirándome los pies, para saber si hoy tienen algo que revelarme. Ya no les pertenezco, pero ellos me son totalmente indispensables. Los miro fríamente, como un desprendimiento tan pero tan mío.
Camino por esta calle vacía, que parece hecha solo para mí, porque nadie me cruza, nadie me alcanza.
Y mientras, se escuchan solo mis pasos, mis pies entonces no están descalzos.

Mis pies tienen vida propia, y yo quisiera seguirlos.