En un día belicoso no empiezo con el buen día y el bostezo, sino con el: ¿qué hora es?
No continúo con el: gracias y dame 5 minutos, sino con el DEJAME TRANQUILA, yo puedo levantarme, puedo con esto. Al final de cuentas, no es más que un día igual a tantos otros.
Esa mañana, el jugo de naranja está exactamente igual que el día anterior, pero sin el condimento de disfrute que le da el sabor inigualable de ser lo primero que pruebo por la mañana.
Ese día, absolutamente belicoso, se manifiesta ¡aún cuando todavía no pude advertirlo!
Ya es de noche y todavía lo estoy atravesando, se nota.
Lo mágico de este día es que me gustaría hacerlo extensivo a tantos otros.
En este día levanto las armas y no las depongo.
Mi intención no es andar por la vida haciendo la guerra. Cualquier guerra me resulta inútil antes de comenzarla. Pero mi belicosidad se encuentra absolutamente enfocada.
¿Qué hace pensar a mucha gente que lo que dice es una verdad absoluta?
Y yo, por ser parte de mi belicoso, lo expreso. Era tan sencillo como eso.
Al final de cuentas mi belicosidad, no permite demasiadas complicaciones.