De eso se trata la vida.
Y cuanto más se aprende, mejor.
A veces aprendo que no siempre es necesario decir lo que pienso. Basta con creer en eso, para que cobre fuerza.
El día que deje de creer, dejo de respirar.
A veces aprendo que quizás nada es como lo imaginé. Pero igual tengo que encontrarle el sentido.
El pensamiento sin un acto no significa nada, muere el mismo día que yo.
El pensamiento sin un acto es lo mismo que un deshecho.
No puedo deshacerme de la perturbación, no puedo deshacerme de los pensamientos.
Al menos, que sirvan para algo.
Al miedo lo piso, lo escracho, lo descubro, cuando se presenta vestido de gala y emperifollado. Le saco toda la ropa, y lo dejo a mi merced.
Cuando el miedo desaparece, la acción se hace presente, y me significa.
Si la acción no se hace presente, todo termina en arrepentimiento. Una pila de basura que me crece con el tiempo. Se apila un pensamiento sobre otro hasta que se torna imposible distinguir qué es lo que hace que esa pila sea tan gigante.
Cuando la pila es monumental, es imposible de deshacer.
No tengo que esperar tanto.
Cuando es tarde, no hay excusa que valga.
Un semental de deshechos inservibles. Es la basura de la humanidad, en mis propios pensamientos.
Soy un águila, para ver desde arriba su propia pila de basura. No es solo mía pero eso, justamente eso, es lo que no tiene que importarme. Junto la basura de todos. Soy la basurera oficial.
Me libero de pensamientos que no se convierten en actos, para que ya no tengan peso y no me aplasten el tórax.
Nos libero, porque todavía creo que vale la pena intentarlo.
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viernes, 20 de agosto de 2010
miércoles, 18 de agosto de 2010
La pecera
Glu glu, glu glu.
Justo y bello.
Jodón y belicoso.
Juguetón y bordó.
Juncoso y bordero (de los bordes).
Jazmín, bis (sí, tengo dos jazmines).
Juerga y birra.
Jarra y bino? (Me gusta, pero no aplica; pese a todo, todavía respetamos la ortografía).
Jolgorio y bullicio. ¡Sí!
Glu glu, glu glu.
Nuestro pececito no tenía buen aspecto.
Mantenía los colores, el anaranjado furioso, y los ojos como dos huevos fritos centelleantes, listos para ser devorados por el húmedo pan que pueda absorber toda su sabrosa yema frita.
Pero le faltaba un poquito de vida.
Nunca volver al fondo de la pecera. Su destino era flotar boca arriba. O como mucho, quedarse en las aguas intermedias.
Glu glu, se ahoga el pececito, glu glu.
Yo me ahogo junto con el pececito, glu glu. La noche me ahoga cuando llega a su fin.
Solo nos queda buscar las llaves, y salir a buscarla.
Ella sola puede decirnos como se termina esto.
Pero igual me pregunto cómo podemos terminar de curar algo, si no tenemos el remedio.
Salimos a caminar, repitiendo, glu glu.
A los saltos, desde un quinto piso, el tocar con el suelo se sintió menos que un rebote contra una escalera de colectivo, en subida.
Pero tenemos un poco de miedo. No somos tan valientes.
La valentía de las palabras es la más fácil de las desventuras,
si no podemos seguirles el ritmo.
Mi espalda cruje, pero ya no pronuncia palabra. Prefiere hacer la plancha boca arriba, y flotar. Puede ser en la superficie, o en las aguas intermedias.
Como sea, de ninguna manera quiere llegar al fondo de la pecera.
Es que hace días que no la limpio.
Justo y bello.
Jodón y belicoso.
Juguetón y bordó.
Juncoso y bordero (de los bordes).
Jazmín, bis (sí, tengo dos jazmines).
Juerga y birra.
Jarra y bino? (Me gusta, pero no aplica; pese a todo, todavía respetamos la ortografía).
Jolgorio y bullicio. ¡Sí!
Glu glu, glu glu.
Nuestro pececito no tenía buen aspecto.
Mantenía los colores, el anaranjado furioso, y los ojos como dos huevos fritos centelleantes, listos para ser devorados por el húmedo pan que pueda absorber toda su sabrosa yema frita.
Pero le faltaba un poquito de vida.
Nunca volver al fondo de la pecera. Su destino era flotar boca arriba. O como mucho, quedarse en las aguas intermedias.
Glu glu, se ahoga el pececito, glu glu.
Yo me ahogo junto con el pececito, glu glu. La noche me ahoga cuando llega a su fin.
Solo nos queda buscar las llaves, y salir a buscarla.
Ella sola puede decirnos como se termina esto.
Pero igual me pregunto cómo podemos terminar de curar algo, si no tenemos el remedio.
Salimos a caminar, repitiendo, glu glu.
A los saltos, desde un quinto piso, el tocar con el suelo se sintió menos que un rebote contra una escalera de colectivo, en subida.
Pero tenemos un poco de miedo. No somos tan valientes.
La valentía de las palabras es la más fácil de las desventuras,
si no podemos seguirles el ritmo.
Mi espalda cruje, pero ya no pronuncia palabra. Prefiere hacer la plancha boca arriba, y flotar. Puede ser en la superficie, o en las aguas intermedias.
Como sea, de ninguna manera quiere llegar al fondo de la pecera.
Es que hace días que no la limpio.
De espaldas
Uno y dos.
Consecutivos.
Uno, y dos, y tres.
Si llego a tres, llego a donde quiera.
El número impar me da una fuerza sobrehumana.
Me gusta el diez, y me gusta el quince.
Siempre hay un roto para un descocido.
Por eso me pregunto, ¿dónde habré dejado los alfileres?
En caso de que encuentre los alfileres, tendría que encontrar también el hilo. Pero no cualquier hilo. Tiene que ser el hilo que cuaje de maravillas con esa prenda. No puedo coser con rojo una prenda azul.
En realidad, podría.
Pero no es mi estilo.
Si tengo que coser esta tela, tendrá que ser siguiendo el parámetro de la perfección y el detalle. Mi parámetro es ese, y no admito cuerdas reflexiones.
Cierro un ojo. Todo mi mundo se reduce a la mitad de lo que es.
Tomo la aguja, con el cuidado de estar abrazando una estrella, con la parsimonia de estar desgajando una hebra de cielo.
Cada hebra que le quite al cielo será una mancha blanca al día siguiente. Será una nube que me cubre del sol.
Tomo esa hebra azul y la enhebro en mi aguja.
No conozco una estrella que tenga imperfecciones. La mía tampoco podría tenerlas.
Y así me puse a coser, toda la noche. El hilo y la aguja atravesaban la realidad, la remendaban con el mayor de los cuidados, con todo el amor que existe en este mundo
El amor a dar más vida a algo, gracias a que existimos.
El amor de un grito desesperado, que aclamó nuestra presencia.
Cosiendo el cielo, lo dejé sin nubes. Lo dejé azul. Lo dejé lleno de vida y de esperanza.
Cosiendo se me pasó toda la noche, mientras caminaba de espaldas.
Era necesario, necesitaba concentrarme en la tarea, ardua tarea, que emprendía.
Cuando camino de espaldas, veo todo lo que dejo atrás.
Dicen que caminar de espaldas es estar hablándole, o cantándole, a un ángel. Es una actitud infantil, negadora.
Me gusta caminar de espaldas.
Me gusta saber que no tengo idea con qué puedo encontrarme si me doy vuelta.
Si me tengo que chocar contra algo, prefiero que sea sin verle la cara.
No somos tan importantes,
Aunque nuestra realidad, vista muy de cerca, puede que resulte aún más intimidante.
Consecutivos.
Uno, y dos, y tres.
Si llego a tres, llego a donde quiera.
El número impar me da una fuerza sobrehumana.
Me gusta el diez, y me gusta el quince.
Siempre hay un roto para un descocido.
Por eso me pregunto, ¿dónde habré dejado los alfileres?
En caso de que encuentre los alfileres, tendría que encontrar también el hilo. Pero no cualquier hilo. Tiene que ser el hilo que cuaje de maravillas con esa prenda. No puedo coser con rojo una prenda azul.
En realidad, podría.
Pero no es mi estilo.
Si tengo que coser esta tela, tendrá que ser siguiendo el parámetro de la perfección y el detalle. Mi parámetro es ese, y no admito cuerdas reflexiones.
Cierro un ojo. Todo mi mundo se reduce a la mitad de lo que es.
Tomo la aguja, con el cuidado de estar abrazando una estrella, con la parsimonia de estar desgajando una hebra de cielo.
Cada hebra que le quite al cielo será una mancha blanca al día siguiente. Será una nube que me cubre del sol.
Tomo esa hebra azul y la enhebro en mi aguja.
No conozco una estrella que tenga imperfecciones. La mía tampoco podría tenerlas.
Y así me puse a coser, toda la noche. El hilo y la aguja atravesaban la realidad, la remendaban con el mayor de los cuidados, con todo el amor que existe en este mundo
El amor a dar más vida a algo, gracias a que existimos.
El amor de un grito desesperado, que aclamó nuestra presencia.
Cosiendo el cielo, lo dejé sin nubes. Lo dejé azul. Lo dejé lleno de vida y de esperanza.
Cosiendo se me pasó toda la noche, mientras caminaba de espaldas.
Era necesario, necesitaba concentrarme en la tarea, ardua tarea, que emprendía.
Cuando camino de espaldas, veo todo lo que dejo atrás.
Dicen que caminar de espaldas es estar hablándole, o cantándole, a un ángel. Es una actitud infantil, negadora.
Me gusta caminar de espaldas.
Me gusta saber que no tengo idea con qué puedo encontrarme si me doy vuelta.
Si me tengo que chocar contra algo, prefiero que sea sin verle la cara.
No somos tan importantes,
Aunque nuestra realidad, vista muy de cerca, puede que resulte aún más intimidante.
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