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miércoles, 18 de agosto de 2010

La pecera

Glu glu, glu glu.

Justo y bello.
Jodón y belicoso.
Juguetón y bordó.
Juncoso y bordero (de los bordes).
Jazmín, bis (sí, tengo dos jazmines).
Juerga y birra.
Jarra y bino? (Me gusta, pero no aplica; pese a todo, todavía respetamos la ortografía).

Jolgorio y bullicio. ¡Sí!

Glu glu, glu glu.

Nuestro pececito no tenía buen aspecto.
Mantenía los colores, el anaranjado furioso, y los ojos como dos huevos fritos centelleantes, listos para ser devorados por el húmedo pan que pueda absorber toda su sabrosa yema frita.

Pero le faltaba un poquito de vida.
Nunca volver al fondo de la pecera. Su destino era flotar boca arriba. O como mucho, quedarse en las aguas intermedias.

Glu glu, se ahoga el pececito, glu glu.

Yo me ahogo junto con el pececito, glu glu. La noche me ahoga cuando llega a su fin.
Solo nos queda buscar las llaves, y salir a buscarla.
Ella sola puede decirnos como se termina esto.

Pero igual me pregunto cómo podemos terminar de curar algo, si no tenemos el remedio.

Salimos a caminar, repitiendo, glu glu.
A los saltos, desde un quinto piso, el tocar con el suelo se sintió menos que un rebote contra una escalera de colectivo, en subida.

Pero tenemos un poco de miedo. No somos tan valientes.
La valentía de las palabras es la más fácil de las desventuras,
si no podemos seguirles el ritmo.

Mi espalda cruje, pero ya no pronuncia palabra. Prefiere hacer la plancha boca arriba, y flotar. Puede ser en la superficie, o en las aguas intermedias.
Como sea, de ninguna manera quiere llegar al fondo de la pecera.

Es que hace días que no la limpio.

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