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jueves, 29 de octubre de 2009

Señales


Se me ocurrió algo, y no es la película de Mel Gibson.
Se me ocurre que puede haber señales que estamos ignorando sin darnos cuenta.
Puede haber todo el tiempo de estas señales, solo que no sabemos interpretarlas,
por eso las podemos llegar a ignorar como si no existieran.

En medio de la locura, de mi locura, se me ocurrió que si los números del colectivo de un simple boleto en el que no prestamos mayor importancia, se transforma en una letra, eso tiene un mensaje para darnos, que solo habrá que compaginar como una sopa de letras.
Por ejemplo, el dos, es la b. No cuentan la CH y la doble LL.

A falta de cualquier señal, yo quiero saber que tienen para decirme los boletos de mis colectivos.
Llevado a la práctica, empiezan los problemas: 01 / 27 / 10.
A / tomo el 2 o tomo el 27, o tomo el 2 más el 7?, o tomo ambos? / es un 1 o un 0, es una A o una J?
Primer problema. Y grande.

Resolución, cualquiera de todas esas opciones es válida. La señal dura incluso menos de lo que me hubiera esperado. ¿Qué sé yo cuál de las opciones tomar? Si es sólo una señal. La que elija, vá a ser porque me conviene. Porque una me está diciendo más que la otra. Pero si acomodo la señal a mi antojo de interpretación, deja de ser una señal

Tan práctica, tan pensante, en mi vida la señal no puede dejar lugar a dudas.
 Entonces se me fue el argumento por el tacho.

Si hay señales, no estoy en el buen camino para interpretarlas.
Las estrellas ya no me hablan.
Las señales ya no me significan, perdí la capacidad de oírlas.

Recuperar la audición no representa ir al fonoaudiólogo.
No me gustan los médicos, pero si alguien conoce un médico que pueda curar este dolor de ausencia de señal, voy.

martes, 4 de agosto de 2009

De prestado

Es tan lindo mi departamento en otoño. Tiene como un color a esas películas que sabés que te van a dejar algo. Algo que te movilizará. Lo miro y me siento dentro de esa película. En la que la protagonista recibirá alguna señal de la vida, algo que modifique la escena inicial. Por el momento estamos en la introducción del contexto. Como toda película. Pero ya entraremos en algún tipo de escena, en la que la historia comienza. Esa es la sensación que tengo en este preciso momento de mi departamento.
Lo camino como si fuera grande. Pero es chiquito. Y tan acogedor. Una película no elegiría este escenario probablemente. No entra ni el equipo de cámaras. Pero lo adoro. Lo empecé a amar. Cómo me gusta cuando empiezo a amar algo. O a alguien. Todo lo que haga, muestre, me haga sentir siempre es como una copa de vino a punto de ser degustada, excitante. Yo soy enamoradiza, las cosas que empiezan a formar parte de mi vida, las sostengo con tanta fuerza como me es posible con mi cuerpito. Y ahora la cámara enfoca mis pies descalzos, que caminan de acá para allá, hasta que encuentran su delicada pose y se recuestan como diosas a la espera de algún mortal al cual engatusar. Mis pies, como los de cualquiera, tienen su propia vida. Y la cámara comienza a enfocarlos. Un suave paneo ascendente llega hasta mi cuello (no, todavía el rostro y lo que diga no ocupa lugar primordial en el director). Ese cuello otoñal, por los colores; ese cuello que ha vivido besos, caricias, ahora se encuentra transportando energías mediante las cuerdas vocales. Y lo feliz que la hace, nadie podría saberlo. Pero la cámara puede, si quiere, mostrarlo con zoom, para desvestirlo. El ojo profundo lo verá. Para el resto, esta película no ha sido hecha.
En esta ocasión, antes de detenerse en quien habita este departamento, la cámara hace un travelling, de lo más esclarecedor. Comienza por las fotos que adornan la pared. Dos cuadros en rojo y negro (colores que, más tarde comprenderá el espectador, son significativos) muestran dos partes del cuerpo humano. En frente, tantos objetos para revelar como enigmas tiene el mundo, pero quien quiera descubrirlos deberá ver la película entera. No es tiempo de enumerarlos, habrá tiempo para explicarlos para quien esté dispuesto a escucharlos. Ella, esos pies y cuello (hasta ahora), sabe muy bien que habrá quien desee descubrirlos. Para quien los pase por alto, no hay mucho lugar en su corazón. Esos pies y ese cuello saben que los detalles son la esencia de las cosas. Un collage de su familia y de su infancia adornan la entrada de su miniambiente. La cámara se detiene en una frase, hay varias en su casa, pero ésta es la que el director eligió perpetuar: “precisamente todo está pasando aquí y ahora”. Sale de una canción pero no tienen mucho que ver con la canción, sino con su manera de ver la vida. El travelling termina en el picaporte de la puerta. Habrá quien entre en algún momento. O no. Tenemos, como espectadores, el recuerdo de esa frase anterior al picaporte. Da igual, o al menos así parece. La acción es ahora. No después, no mañana, no ayer. Ahora, sólo ahora. E inmediatamente, la cámara se posa en los ojos de ella. Ojos distraídos pero profundos. “Ojos que emiten ondas”, ese piropo se cuela por entre sus labios para hacerla sonreír (la cámara capta la mueca que pasa de insulsa a adorable). Se aleja el lente para mostrarla y, a simple vista, no es más que una chica feliz en su departamento. Pero una dulce melodía, los colores tenues y marrones del otoño, la calidez del ambiente y (esto no es poco) el cese de su mirada al cerrar los ojos, la hacen única. No lo sabe aún. Pero lo sospecha. Nadie, ni la cámara, saben cómo retratar esa enseñanza que ella está viviendo. Sólo el espectador que quiera ver la película entera podrá entenderlo algún día. Ella no se quería tanto. Hubo quienes la maltrataron. La hicieron creer que no valía película para mostrarla. Y ella lloraba, sólo la noche sabe cuánto. Nadie fue testigo. Pero ella lloró más de lo que se permite el alma derramar. Ahora, sola, en este departamento, este ambiente que la conoce como nadie, nadie, nadie, puede moverse con soltura. La cámara no sabrá cómo demostrar esto. Sus ojos pueden demostrar más de lo que ella quiere, pero un espectador desprevenido jamás lo detectará.
La cámara no se detiene en su historia. La historia se basa en acontecimientos, no en imágenes. La óptica se vuelve hacia la botella de vino que se alza por encima de su mesa, descorchada pero tapada, con una interpretación un tanto obvia: hay una copa de vino degustándose, hay un paladar que está enriqueciéndose.
El ambiente, que había parecido tan pequeño al principio, termina siendo más grande que el universo. ¡Cómo no adorar este departamento! El otoño le imprime un sello de calidez que pocos departamentos pueden mostrar. Ella (esos ojos, boca, cuello y pies) piensa que los lugares tienen las huellas dactilares del alma de quienes lo vivieron. Está convencida. Y sabe que antes de ella hubo una chica, igual que ella, que era adorable (por como habla el encargado) y que dejó una impronta de paz tan perceptible como contagiosa. En el aire ella lo siente. Cada vez que entra a su departamento, algo la hace sentirse más en casa que nunca. Espera dejar su espíritu tatuado en las paredes también.
Quien viva luego de ella, que sienta lo mismo. Cualquier ser humano lo merece.
Gracias. 4 paredes han hecho pura perfección de un tonto corazón.

(este relato no me pertenece, pero me encanta. Su autora estaría, si pudiera darme su autorización, totalmente de acuerdo en que esto quede entre nosotras)

jueves, 23 de julio de 2009

Geografía de domingo a la noche


O al menos, cuando no alumbra el sol.

Caminata dominguera, paso muy pausado. Lo máximo que me permite mi forma de ser, en comparación con mi ritmo habitual.
Más tiempo para detenerse en el detalle, por más que no sea un detalle.
Dos sucesos juntos. El primero, un taxista, un gran taxista. Sé que no puedo juzgar todo su ser sólo por una actitud que aprecié un domingo a la noche. Quizás, solo tuvo un buen día.
Ojalá lo vuelva a ver, y persista con la misma actitud que este domingo. Me permitiría creer un poquito más en algo.
Cuestión que el taxista, ya de noche, tuvo ganas de lavar su auto. Evidentemente, en su casa no tenía lugar. Y tuvo que hacerlo en la calle. Y, evidentemente, quiso hacer de esa tarea, algo divertido, olvidándose del significado  ¨volumen¨ u ¨ondas expansivas del sonido¨.
Olvidándose también de la opinión de Doña Rosa, al ver a un hombrazo escuchando música romántica a todo volumen, no de fondo sino, completamente, en primer plano.

A él no le importaba nada.
Y a mí me encanta la gente con esa actitud.

Segundo suceso: levanto la vista y dos sombras atraviesan mi campo visual, en una carrera oscura sobre el asfalto. Sólo de arriba podía proyectarse esa sombra.
Dos ratas gigantes se paseaban como mágicas equilibristas sin cuidado por los cables de la luz, de teléfono, o de lo que sea. Alegres y rápidas, reflejando su cola como una estela fugaz.
Y pensé: también me gusta esa actitud, y haber sido la única, en ese momento, que reparó en eso.

Menos mal que iba despacito....

La yapa: una pila de ramas cortadas, tiradas en una esquina, con las puntas llenas de brotes.
¿Porqué hicieron eso? No siempre hay tiempo de preguntarlo, o de llegar a una respuesta.
Arranqué una punta, la alcé como un trofeo, cual antorcha que me va iluminando: llevaba como trofeo ni más ni menos que un brote de vida, por más que haya sido arrancado de su lugar.
Caminé hasta llegar a un cantero con tierra y espacio, la hundí con todas mis esperanzas, y le desee la mayor de las suertes, el domingo es buen día para empezar de nuevo.

jueves, 16 de abril de 2009

Camino de serpientes

Recta, curva, recta curva, recta, curva, recta, y por supuesto después, otra curva.

Fueron tantas horas mirando el abismo. Casi nadie llegaba hasta tan lejos. Los que estaban ahí, tampoco miraban hacia afuera.
Una lluvia, un derrumbe, mucha nieve, mucha altura, demasiadas cosas podían pasar, demasiado extremas. Pero, cuando llegabas, sabías que había valido la pena. Tanto camino, tan difícil. No sabías lo que te esperaba detrás de todo eso. Nadie puede imaginarlo sin haberlo visto antes. Y nadie puede irse, después de haber llegado. Es uno de esos tantos lugares tan lejanos, tan extremos, pero que continúan existiendo, perdidos a lo largo de todo el mundo.

No hay nada que te alcance hasta ese lugar, a menos que sea tu propia voluntad y medios. Desde el primer momento en que me imaginé lo que era, averigüé hasta el cansancio cómo podía llegar.
Imaginaba que tendría que existir un colectivo, algo, lo que sea, que te deje cerca. Si ahí hay algo, ahí también tiene que haber una manera de llegar, pensaba. Después de un tiempo, habiendo preguntado, investigado, explorado diferentes posibilidades, me dí por vencida.
Tenía que intentar otra cosa, porque daba por supuesto que una manera, cualquiera fuera, había de llegar.

Creo que fue entonces cuando empecé a maquinarme con el tema de los trenes. Los trenes siempre te dejan cerca al menos y, a partir de ahí, se puede ir todo el tiempo hacia otro lugar. Una estación no deja de ser una estación. Un lugar a donde se llega, un lugar desde el cual se puede siempre, partir hacia otro destino.

Todas las mañanas, y también las noches, pensaba cuál sería el tren que me pudiera acercar. Iba combinando diferentes posibilidades. Después, por supuesto, tenía que corroborarlas, conocer momentos, horarios. Pero nadie tampoco podía informarte mucho, digamos nada, acerca del camino.

Estuve a punto de darme por vencida totalmente, lo pensé tantas veces. ¿Cuál era el sentido de querer llegar? no podía saberlo, porque nadie conocía mi lugar en cuestión. Creo que de tanto dar vueltas, antes de partir, fue que también pude soportar, como pude, la recta, curva, recta, curva, recta, curva, recta, y por supuesto después, otra curva, previas a la llegada.

Como sea, el tiempo pasaba, y yo seguía dando vueltas. Caminaba, caminaba, buscaba, preguntaba, pensaba, los días, qué digo los días, los años pasaban, gritaba, lloraba, tantas cosas creo que pasaron. 

Fue muy difícil, es lo único que puedo recordar. Cuando pienso en eso, siento feas cosquillas en la panza, siento una palpitación fuerte, que quiere llevarme. Era mi propia voz que me gritaba, NO TE VAYAS, aguda, y otras veces profundas. Debe haber sido por ella también que tardé tanto en decidirme. Y era tan fuerte, que me cansó, me dejó sorda, y solo para dejar de escucharla, armé los paquetes, que eran bastantes para andar cargando en tan largo viaje, y empecé camino.

A partir de ahí todo fue paulatino, perezoso, pero creo que agradable. Cuando se tiene la seguridad acerca de algo, todo lo demás es tanto más llevadero. Así que con los bártulos de acá para allá, fui avanzando, me fui moviendo, fui caminando, pero este caminar era totalmente diferente al anterior, este caminar era más liviano. Era casi como un salticar sin golpear los pies contra el piso.

No sabría bien qué contar acerca del viaje tampoco...pasaron tantas cosas. Yo lo recuerdo, es suficiente ahora. Era tanta la recta, pero después la curva, que tenía que descansar, tenía que evitar, como fuera, marearme. Mareada no puedo pensar, mareada se me mezcla todo como si fuera una banana antes de deshacerse en una licuadora. No era el momento para terminar triturada, eso lo tenía claro, por suerte.

Finalmente llegué, y por supuesto era de noche. No podía distinguir nada.

Tanta espera, tanta ansiedad, tanta búsqueda, para llegar de noche, siguiendo el dibujo de las sombras, para tratar de entender lo que era, en realidad, cada figura recortada. Por supuesto fue imposible, nunca podía imaginar plenamente nada de lo que había alrededor. Por eso me relajé, si total ya llegaría el momento. Pese a semejante viaje, seguía siendo muy difícil para mí dejar a un lado la ansiedad. Y aparte presentía que una vez que llegara, tendría que abandonar la ansiedad. Fue una linda despedida. 

Caminé de nuevo, pasos cortos pero seguros, y cuando entré, todo fue tan natural. Era como desnudarme despacio, casi que bailando, sonriéndole a la nada misma, excitada, en paz. Me saqué la mochila, estiré las piernas, pasé mis manos por la cabeza, relajando mis pensamientos con la yema de los dedos, sintiendo como cada yema me hacía feliz. 
Giré, si después de tantas curvas seguía con ganas de que algo gire, era mi cabeza despacio, en círculo, pero por supuesto, sin marearme. Finalmente podía sentarme, y echar la cabeza hacia atrás. 
 Así como me posicioné, me dormí, profundamente.

Me encantaría saber qué fue lo que soñé, pero realmente no tengo idea, y creo que tampoco me importa. 
Ahora sólo resta festejar, porque acá estoy.

martes, 24 de febrero de 2009

Un mismo momento

Tengo 10 minutos para cambiarme y salir. Otra vez se me hizo tarde…¿es posible que todos los días se me haga tarde? Siempre calculo una variable diferente, cambiar, o más bien acortar el tiempo que me lleva uno de los pasos necesarios.
Hoy la prueba había sido tardar menos tiempo en desayunar, porque ya sé que es imposible que el hecho sea levantarme un poco más temprano. Igual, mañana pruebo de nuevo.
Momento de decidir: ¿qué me pongo? En ese momento saldría en piyama, pero no, no dá.
Pim pim pim pam pam pum pum, salgo, a medias, como todos los días, dispuesto a tocar el ascensor mientras cierro la puerta, me acuerdo que dejé otra vez a los animales sin comida. Ellos no tienen la culpa de mi desorganización. Vuelvo. Les doy de comer, se ponen contentos, y me voy un poco más tranquilo, si total, ya es tarde de nuevo.
No termino de cerrar la puerta del ascensor que ya estoy tocando el 0. Salgo como rayo, saludo al portero que me hace perder 10 segundos, pero qué maleducado soy, si iría con tiempo podría mirarlo a los ojos y saludarlo como es debido. Igual si fuera más temprano posiblemente no me lo cruzaría. ¡Que más dá!

Empieza la carrera hasta la esquina, no quiero ver pasar el colectivo otra vez, por favor. Los coreanos del supermercado de mitad de cuadra me miran una vez más en mi carrera desesperada hasta la esquina. Si compitiera en carreras de velocidad de 100 metros, seguro que ganaría.
Mi mano se extiende, ¡y ahí viene el colectivo! Estas dos cotorras que tengo adelante no paran de discutir entre ellos, por favor, qué ganas de estar cuestionándose cosas a esta hora, el día recién empieza. En cuando me siente me pongo a escuchar música, algo tranqui, así no los escucho más, y de paso se me pasa la agitación de la corrida, ojalá que encuentre lugar, del lado de la ventana.
*****
6.05, creo, ¡porque se me nubla la vista! Y vá más allá de tener puestos o no, los anteojos. Pero es que hace tanto tiempo que estoy viendo la hora, que ya me perdí.
El sol igual está tan agradable, todavía no está fuerte, se deja apreciar, y creo que puede ser el sol que no me deja ver bien la hora. Es eso, es eso.
Pero así se nota más que el empapelado está despegado. Deberíamos cambiarlo. Es mucho trabajo, pero deberíamos, así la luz del sol también se reflejaría hermosa contra el nuevo papel. Aparte me gustaría que sea liso. Estas flores ya me cansaron. No es que me cansaron las flores en general, mis plantas hermosas no me escuchen, sigan igual que hasta ahora, disfrutando del sol en nuestro balcón. Pero ya no me gustan esas precisamente, las del papel, para la pared, es solo eso. Espero que sepan comprender.
Bueno, de a poco, y vos, vamos, despertate, que tenemos que ir con tiempo. Sino, te hacen esperar tanto. Quiero llegar temprano, no me gusta pasar todo el día ahí, la verdad es que me deprime.
Despacito camino a la cocina, a calentar agua, unos mates, hay tiempo para unos mates. Pero vos levantate de una vez que después me hacés esperar, siempre dando tantas vueltas. El diario miralo cuando volvamos, por favor te lo pido. No estoy de mal humor, pero estoy despierta hace una hora ya, entendeme. Es como cuando vos me hablás a la noche, y pretendés que me despierte para ver cualquier cosa. Si ya tenía sueño, qué necesidad de despabilarme de nuevo. ¿Qué decís? Si yo no soy vengativa. Mirá, aguantate solito tu mal humor de la mañana, te hubieras acostado antes. Levantate que hierve el agua.
Menos mal que está el sol lindo hoy, porque sino este tipo me podría llegar a cambiar el humor. Bueno, la ropa que dejé ayer preparada, vá bien. ¿Qué temperatura hace? Sí, con esto voy bien.
Listo, vamos, dale, no te peines, si total, con la cara que tenés ahora no se puede hacer nada Yo cierro todo, vos mientras llamá al ascensor, y llevate el abrigo, que quizás hasta que venga este colectivo tengamos un rato.
Estamos caminando lento, espero no ver pasar al colectivo. Y encima este dormido, no coordina ni los pasos, todavía sigue arrastrando los pies. Menos mal que no se acuerda de todas las cosas que le digo. Seguro que ahora nos sentamos en el colectivo y se queda dormido.
Che, no viene. Mirá las plantas de este cantero siempre están un poco descuidadas. Una mañana de estas, que no tengamos que salir, me vengo con una botellita y las riego.
Ahí viene dale, despertate.
Mirá a este loco que viene corriendo, siempre lo mismo. Que mal que hace, ¿no? empezar así el día, a las corridas, sin tiempo para nada. Así no se vive. Él se lo pierde, yo ahora espero que haya lugar, quiero sentarme, así voy viendo el sol por la ventana.
*****
Todas las mañanas lo mismo. Levantate, levantate, treinta veces. que te hubieras acostado antes. Ya sé que me tendría que haber acostado antes, pero en ese momento no tenía ganas. Ya te lo dije, la mañana no es mi mejor momento. Por supuesto que es hermosa, a mí también me gusta, pero me gusta vivirla a mí manera, quedate tranquila que la disfruto. Y las plantitas están muy lindas, pero puedo verlas después.
Yo sé que no lo hace con maldad. Estoy tan acostumbrado, si no se levantaría ella, no sé que haríamos. Arrastro los pies, que lindo arrastrar los pies, me tendría que haber calzado, siento que estoy pisando cosas raras, seguro los gatos estuvieron haciendo de las suyas. Pero bueno, estoy tan dormido, que no me importa, no me importa nada.
Necesito lavarme los dientes, siento tanta sequedad. Eso es el vino, me da mucha sed. Igual creo que ayer a la noche me levanté como cuatro veces para tomar agua. Ahh primero tengo que ir al baño, estará muy rico el mate, pero si no paso por el baño, no puedo pasar un solo sorbo.
Sombi, sombi, pantalón adentro, camisa, desodorante, colonia, lavarme la cara, andate lagaña, no aportes más datos a esta cara que habla por sí sola.
Ya estoy, dale, vamos, ya llamé al ascensor, estoy dormido pero no sordo, no necesitás decirme las cosas tantas veces. ¿O es que tenés la necesidad de hablar? Podemos charlar de cualquier cosa, puedo seguirte el hilo.
Al final tanto apuro, y el colectivo no viene, podría haber dormido diez minutos más. Y todavía sigue con ganas de hablarme en este momento, si sabe que yo sigo dormido, no entiendo nada de lo que me está diciendo. Eso sí, espero que haya asientos, así puedo sentarme y seguir durmiendo, con la luz del sol en un ojo directo, ¡que placer!
Y aparte, nadie me jodería con que quiere bajarse.

lunes, 16 de febrero de 2009

Perdido por perdido

¿Qué más hay que perder entonces?
Mejor, tanto mejor, sería recuperar. Y lo primero que debería recuperar, es la voluntad que tuve en algún momento. Hurgando a más no poder, me lastimo las uñas, y encuentro solo pensamientos astillados. Los rompí yo con mis propias manos, en la desesperación por encontrarlos.

No puedo siquiera hilar algo que me convenza. Hoy no me importa, hoy me dejo caer, hasta el fondo, y me hago daño, hasta llegar al hueso. Un eco sin voluntad, no encuentro ahora otra manera de expresarlo, y no puedo decir siquiera un vegetal.

Un vegetal, de cualquier tipo, es muy respetable. Un vegetal tiene una increíble fortaleza, crece, se alimenta, procura sobrevivir, procura reproducirse. No creo poder compararme con un vegetal. Ellos no pierden su tiempo. Siempre que pueden, crecen, aprovechan el agua, la tierra, lo que sea que tengan a su alrededor. En cambio, yo creo que desaprovecho todo. Naturaleza confusa, demasiado para mi limitada capacidad, tanto que quisiera intercambiarla por la de un vegetal. Tengo la seguridad que siempre procuran llegar a algo, lo que sea que su naturaleza le dictamine. Y si pueden llegan, y quizás hasta lo superen. Un vegetal es fuerte, trata de sobrevivir, invirtiendo toda su energía en ello.

En cambio yo no sé a lo que quiero llegar. Demasiada debilidad, demasiada inseguridad, demasiada susceptibilidad, para aceptar que no soy nada de todo lo que creo. ¿Soy un eco de lo que fui, de lo que podría ser? Qué se yo. Puro pensamiento estúpido, poca acción, demasiado recuerdo, demasiado sueño, que incluso me desagradan bastante. No conozco ningún desierto, pero vivo en uno. En qué mierda me convertí. Supongo que en un ser inconcluso, inclusive ante mi propia mirada. Me dejo caer, porque no tengo ganas de algo tan básico, como levantarme. Y cómo no voy a sentirlo, si al pisar solo siento arena, pero nunca llego al agua. Llenando vacíos, con más vacío. No es el mejor día para levantar nada, ni siquiera un pensamiento, pero nada mejor que quede un registro.

Frase recurrente y estúpida: la esperanza es lo último que se pierde. Si fura así, tantas cosas más sucederían, motivadas por la esperanza. Estúpida, espero milagros, porque ni yo puedo creer en eso.
Veo el objeto a mi alcance, pero estiro la mano y nunca lo alcanzo.

¿En algún momento tendré que perdonarme tanta tristeza? La venía aplacando, ignorando, creyendo que había algo más. Hasta que de repente, un sopapo de realidad, uno más, me devuelve.
Mientras tanto, quisiera descomponerme en mil o más pedazos, flotar como partícula, y por sobre todo, dejar de verme, de pensar.

A mi alrededor, demasiado daño, demasiada locura, y tanto egoísmo. No quiero este hielo. Sobre el hielo no puede crecer un vegetal. Aunque sea de milagro, me gustaría llegar a algo más. No entiendo en que me convertí, como rompí tantos pensamientos, en mi reino de suciedad.
Suplico un milagro.