Recta, curva, recta curva, recta, curva, recta, y por supuesto después, otra curva.
Fueron tantas horas mirando el abismo. Casi nadie llegaba hasta tan lejos. Los que estaban ahí, tampoco miraban hacia afuera.
Una lluvia, un derrumbe, mucha nieve, mucha altura, demasiadas cosas podían pasar, demasiado extremas. Pero, cuando llegabas, sabías que había valido la pena. Tanto camino, tan difícil. No sabías lo que te esperaba detrás de todo eso. Nadie puede imaginarlo sin haberlo visto antes. Y nadie puede irse, después de haber llegado. Es uno de esos tantos lugares tan lejanos, tan extremos, pero que continúan existiendo, perdidos a lo largo de todo el mundo.
No hay nada que te alcance hasta ese lugar, a menos que sea tu propia voluntad y medios. Desde el primer momento en que me imaginé lo que era, averigüé hasta el cansancio cómo podía llegar.
Imaginaba que tendría que existir un colectivo, algo, lo que sea, que te deje cerca. Si ahí hay algo, ahí también tiene que haber una manera de llegar, pensaba. Después de un tiempo, habiendo preguntado, investigado, explorado diferentes posibilidades, me dí por vencida.
Tenía que intentar otra cosa, porque daba por supuesto que una manera, cualquiera fuera, había de llegar.
Creo que fue entonces cuando empecé a maquinarme con el tema de los trenes. Los trenes siempre te dejan cerca al menos y, a partir de ahí, se puede ir todo el tiempo hacia otro lugar. Una estación no deja de ser una estación. Un lugar a donde se llega, un lugar desde el cual se puede siempre, partir hacia otro destino.
Todas las mañanas, y también las noches, pensaba cuál sería el tren que me pudiera acercar. Iba combinando diferentes posibilidades. Después, por supuesto, tenía que corroborarlas, conocer momentos, horarios. Pero nadie tampoco podía informarte mucho, digamos nada, acerca del camino.
Estuve a punto de darme por vencida totalmente, lo pensé tantas veces. ¿Cuál era el sentido de querer llegar? no podía saberlo, porque nadie conocía mi lugar en cuestión. Creo que de tanto dar vueltas, antes de partir, fue que también pude soportar, como pude, la recta, curva, recta, curva, recta, curva, recta, y por supuesto después, otra curva, previas a la llegada.
Como sea, el tiempo pasaba, y yo seguía dando vueltas. Caminaba, caminaba, buscaba, preguntaba, pensaba, los días, qué digo los días, los años pasaban, gritaba, lloraba, tantas cosas creo que pasaron.
Fue muy difícil, es lo único que puedo recordar. Cuando pienso en eso, siento feas cosquillas en la panza, siento una palpitación fuerte, que quiere llevarme. Era mi propia voz que me gritaba, NO TE VAYAS, aguda, y otras veces profundas. Debe haber sido por ella también que tardé tanto en decidirme. Y era tan fuerte, que me cansó, me dejó sorda, y solo para dejar de escucharla, armé los paquetes, que eran bastantes para andar cargando en tan largo viaje, y empecé camino.
A partir de ahí todo fue paulatino, perezoso, pero creo que agradable. Cuando se tiene la seguridad acerca de algo, todo lo demás es tanto más llevadero. Así que con los bártulos de acá para allá, fui avanzando, me fui moviendo, fui caminando, pero este caminar era totalmente diferente al anterior, este caminar era más liviano. Era casi como un salticar sin golpear los pies contra el piso.
No sabría bien qué contar acerca del viaje tampoco...pasaron tantas cosas. Yo lo recuerdo, es suficiente ahora. Era tanta la recta, pero después la curva, que tenía que descansar, tenía que evitar, como fuera, marearme. Mareada no puedo pensar, mareada se me mezcla todo como si fuera una banana antes de deshacerse en una licuadora. No era el momento para terminar triturada, eso lo tenía claro, por suerte.
Finalmente llegué, y por supuesto era de noche. No podía distinguir nada.
Tanta espera, tanta ansiedad, tanta búsqueda, para llegar de noche, siguiendo el dibujo de las sombras, para tratar de entender lo que era, en realidad, cada figura recortada. Por supuesto fue imposible, nunca podía imaginar plenamente nada de lo que había alrededor. Por eso me relajé, si total ya llegaría el momento. Pese a semejante viaje, seguía siendo muy difícil para mí dejar a un lado la ansiedad. Y aparte presentía que una vez que llegara, tendría que abandonar la ansiedad. Fue una linda despedida.
Caminé de nuevo, pasos cortos pero seguros, y cuando entré, todo fue tan natural. Era como desnudarme despacio, casi que bailando, sonriéndole a la nada misma, excitada, en paz. Me saqué la mochila, estiré las piernas, pasé mis manos por la cabeza, relajando mis pensamientos con la yema de los dedos, sintiendo como cada yema me hacía feliz.
Giré, si después de tantas curvas seguía con ganas de que algo gire, era mi cabeza despacio, en círculo, pero por supuesto, sin marearme. Finalmente podía sentarme, y echar la cabeza hacia atrás.
Así como me posicioné, me dormí, profundamente.
Me encantaría saber qué fue lo que soñé, pero realmente no tengo idea, y creo que tampoco me importa.
Ahora sólo resta festejar, porque acá estoy.
2 comentarios:
Qué hermoso. Te quiereo Ana!
Bet
gracias Betún, yo también te quiero! aguardo asniosa tu llegada para que me deleites con nuevas historias.
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