- Dame mandarinas
- ¿Cuáles querés?
- No sé, las más dulces. ¿Cuáles tenés?
- Criolla, chwuefhweiufbec (no interpreté ese nombre) y Dancing.
- ¿Dancing? ¿Ésas son las más dulces?
- Sí
- Bueno entonces dame dos kilos de esas.
Podría vivir comiendo mandarinas. Pero a veces me genera fiaca pelarlas.
La fiaca.
Las llamadas ¨dancing¨, acabo de aprender que son las más difíciles de pelar. Sí, son las más dulces, pero tienen la cáscara pegada. Aunque lo bueno es que, ¡casi no tienen semillas!
Es una sensación muy particular, extraña. Me sucede al ingerir cierto tipo de alimentos. Por ejemplo, el huevo.
Es exquisito, tanto la clara, como la yema.
Pero más la yema. Sin embargo, la evito muy seguido. Es amarilla, radiante de color, y única en su sabor. Pero…
Si no estuviera rallada por naturalaza quizás no habría peros.
Pero como lo estoy, viene solo.
De este huevo, y mediante esta yema, si nadie me lo estaría vendiendo, quizás podría haber crecido un pollo.
De la misma manera, las semillas.
Y por lo tanto, tragarme la semilla de la mandarina.
¿Podrá crecerme un árbol de mandarinas en el estómago?
Estaría bastante bien ahora que lo pienso.
Sin embargo, me rehúso a comer las semillas.
El frío polar me tiene a la espera, en estado de ¿calma?
Quietud.
Si no me mantengo en movimiento, me congelo.
Por eso, es necesario ponerme el sobretodo, y salir a comprar mandarinas, ahora mismo, antes que desaparezca la luz. Antes que el día me abandone y yo ni siquiera me haya tomado la molestia de salir a deleitarlo.
Cargo la bolsa de mandarinas dancing (es un excelente nombre, bailo al comprarlas, mi cadera se balancea, repitiendo una hermosa melodía mientras la verdulera las coloca en la balanza), y me voy, feliz, radiante, próxima a vencer la fiaca de pelarlas. Son tan exquisitas (¿ya lo dije?) que puedo vencer tan ínfima resistencia.
Camino, y ahora ya es de noche. El azul eléctrico del cielo cuando todavía no acaba de cubrirse de negro, me protege. Cruzo la calle, radiante, dancing mandarina.
Y rodaron las mandarinas.
La muerte, vista tan de cerca, corre el límite y sus posibles.
1 comentario:
amo las mandarinas amargas, esas que te hacen fruncir la cara y tragar la saliva de un saque.... creo que se llaman criollas. Y son las mismas que me acompañaron largas tardes de verano, sentada en una rama del frutal. Observando un extenso jardín mientras regaba el suelo de cascaras y mi estómago se inflaba como un globo.. esas, las criollas..
Publicar un comentario