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domingo, 18 de julio de 2010

No duermo sola

Finalmente recosté la cabeza sobre la almohada, sintiéndome plenamente feliz, como pocas veces.
Hacía horas ansiaba el momento, imaginaba poder encontrarme desvestida, casi desnuda, por supuesto sin medias, cubriéndome con el peso de las sábanas y las cobijas. Poco a poco me irían dando calor. Sentir la suavidad de las sábanas rozándome.

No tenía sueño suficiente, pero sin embargo ansiaba recostarme y sentir esa sensación de paz, tranquilidad, plenitud, alegría y felicidad previa a ese mismo y preciso sueño.

Poco a poco fui aproximando mi cuerpo junto al suyo. Sentí cómo la temperatura aumentaba, al acercarme al calor de otro cuerpo que yacía en la cama desde varias horas antes. Y también inhalé la atmósfera de ese otro sueño.

Recuerdo la luz, era simplemente perfecta.
Pensé que ni siquiera cuando cerramos los ojos estamos en completa oscuridad. Siempre estamos imaginando cosas, o simplemente soñando cosas que después no recordaremos.

Cada endija de la persiana se reflejaba sobre la pared, alumbrándola con pequeñas líneas blancas que dibujaban una forma. Cada pequeño rayito de luz permitía reconocer cada uno de los objetos de la habitación, los proyectaba y los hacía nacer de nuevo, bajo otra mirada.
Todo era conocido para mí, pero seguía siendo totalmente magnífico.

Éste fue mi minuto de felicidad absoluta, irreproducible.

2 comentarios:

Pilar Medina dijo...

Qué hermoso, Ana! Hermosamente narrada la felicidad pequeña y enorme que reposa en cada lugar propio, en cada lugar conocido. Te mando un beso.

niklaüss dijo...

Hay ti!
Me encató esta cita: Y también inhalé la atmósfera de ese otro sueño.