Sólo me pasó estar, sencillamente, caminando.
El caminar implica para mí mucho más que desplazarse en un acto totalmente coordinado y precioso de mi pies, junto a las piernas, con dos brazos acompañantes, y un meneo de cabeza (si es que además, voy escuchando música). Caminar es tanto como transitar.
Tanto se habla de ¨dar el paso¨. Y yo pienso que, sin pensarlo, doy un paso en cada momento que voy de aquí para allá, marcando mi huella, pisando, ocupando un espacio.
Sin embargo, en toda mi individualidad de caminante, pasan grandes acontecimientos. Y así fue como te conocí.
Estabas vos, inmaculado frente a mí, lavando el auto, en ojotas, cuando todavía el sol era naranja. Tenías algunas canas, pero parecías mantener la calma. ¿Porqué habrías de perderla por un par de canas?
También te conocí a vos, y también a vos, perrito. Aún pienso si tu cadena era realmente necesaria.
Y ustedes se interpusieron en mi transitar. Pero igual me dejaron un perfecto espacio en el medio de su charla, para que yo pudiera continuar mi paso a paso.
Cuando nada más podía pasar, cuando la cortina se cierra y la obra llega a su fin, apareciste.
Desde otro plano, hipnótico y secuencial, diferente al de ellos, diferente al mío. Pasaste, me dejaste una estela de energía radioctiva, que duró tanto como lo que te llevó pasar corriendo, justo entre medio de todos nosotros, cuando ya no había espacio para nada más.
Yo solo caminaba, él solo lavaba el auto, ella solo paseaba al perro, y vos solo pasaste corriendo.
Pero por un segundo todos nos conocimos, nos atravesamos, y nos destruimos en ese mismo instante.
Nuestro único momento, el del instante, y el único en el que fui capaz de amarlos.
El más autodestructivo de todos, el más perverso y melancólico.
El maldito instante, junto con ese infernal séquito de segundos que lo acompañan.
Su verdadera fuerza, su más leal ejército.
El placer también fue mío.
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