Caracol de piedra, a dónde me llevás.
Arena de madera, nunca podrás parecerte al roble, pero igual sos hermosa.
Resplandecés en el medio de la nada, cuando todo es incapaz de brillar.
Tu brillo me ilumina antes de que se esconda el sol.
Nos critican arenita, porque somos demasiado pegadizas, demasiado querendonas.
Pero sin nuestro cariño la vida sería diferente, aunque quieran negarlo.
Pocas cosas se sienten de verdad, pero tu necesidad de huir y mi necesidad de realidad
son de las pocas cosas que se sienten.
A veces no nos quieren, arenita, pero en el fondo nos extrañan.
Vos aparecés cuando ya no queda nada de vos.
Estás en todos lados, tranquila y presente, recordándome que se puede ser pequeñito pero querible.
Y yo te sobrevivo, recordándote que todavía nos palpan de vez en cuando.
Y las dos nos resbalamos, porque somos movedizas.
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viernes, 17 de diciembre de 2010
jueves, 9 de diciembre de 2010
Shira shira
Tan pequeña en este mundo, que no importa nada de lo que diga o piense.
Apenas si ocupo espacio en la infinidad del universo.
Y mientras me hamaco, como un capullo cobijado, contemplando el poco espacio que ocupo en semejante inmensidad.
Voy, y vengo,
voy y vuelvo,
vengo,
y siempre vuelvo.
Del polvo venimos y al polvo vamos, dicen las buenas (¿malas?) lenguas.
Y al final de cuentas, solo importo para este pequeño submundo que me rodea.
Esta inmensidad de amor, este sin fin de pensamientos, en este pequeño gran mundo,
el único del que soy parte.
Seguirá girando el resto, de una u otra manera.
Hasta que algo pase y el destino me diga: acá se termina tu vuelta.
Ahora sí, el resto seguro seguirá girando. Yendo, y volviendo.
Apenas si ocupo espacio en la infinidad del universo.
Y mientras me hamaco, como un capullo cobijado, contemplando el poco espacio que ocupo en semejante inmensidad.
Voy, y vengo,
voy y vuelvo,
vengo,
y siempre vuelvo.
Del polvo venimos y al polvo vamos, dicen las buenas (¿malas?) lenguas.
Y al final de cuentas, solo importo para este pequeño submundo que me rodea.
Esta inmensidad de amor, este sin fin de pensamientos, en este pequeño gran mundo,
el único del que soy parte.
Seguirá girando el resto, de una u otra manera.
Hasta que algo pase y el destino me diga: acá se termina tu vuelta.
Ahora sí, el resto seguro seguirá girando. Yendo, y volviendo.
Déjà vu
Una y mil veces me pregunto
si este preciso momento no lo viví antes.
Esta misma birome ya reflejó su sombra,
en otro momento
única, punteaguda, perpendicular
y un poco asesina
contra este papel.
Tan pero tan fuerte, que dejó su marca.
Un agujero profundo y manchado,
una mancha más al tigre.
si este preciso momento no lo viví antes.
Esta misma birome ya reflejó su sombra,
en otro momento
única, punteaguda, perpendicular
y un poco asesina
contra este papel.
Tan pero tan fuerte, que dejó su marca.
Un agujero profundo y manchado,
una mancha más al tigre.
lunes, 22 de noviembre de 2010
El haber sido
Una persona de muchas palabras.
Siempre tenía algo que decir. Aunque no fuera nada interesante.
Y hace rato me apoderó un vacío de palabras. Como un dragón rojo que me dejó triste y chamuscada, pero de a una sola llamarada por noche.
Es el vacío de palabras, o el peso por la imposibilidad de decirlas.
No recuerdo que fue lo que ví primero. Si fueron los filos brillantes de la tijera, o las plumas ya flotando en el aire. Lo que haya sido, ya era tarde, me había cortado las alas.
Ahora creo que mis palabras eran el vuelo de mis sueños. Exóticos y tropicales, lejanos e imposibles.
Ya no tengo sueños imposibles. Si en algún momento tuve algo de vuelo o de imaginación, ese mismo vuelo ahora se fue volando, propio de su esencia.
Quizás es que, de pronto, descreo de las palabras. Sí, también de las mías.
Intolerante o fría, no tengo ganas de volver a ser la que era, aunque es lo que más me duele. Tampoco soporto otra desilusión, ni tengo ganas de disimularla.
No sueño en azul. Pero lo veo y lo escucho.
No sueño en verde, pero tampoco me marchito.
Me apodera la congoja de un dolor, de otra cosa más que quizás nunca vuelva a ser lo que era. El destino dirá, no puedo interceder sin capacidad de habla.
No sé qué se hace con la desilusión, aunque esta vez tengo que terminar de arrancarla, de cuajo y de raíz, espolvoreando la tierra seca en la cara de los egoístas.
Ojalá mañana pueda decir: mis alas están echando nuevas raíces.
Siempre tenía algo que decir. Aunque no fuera nada interesante.
Y hace rato me apoderó un vacío de palabras. Como un dragón rojo que me dejó triste y chamuscada, pero de a una sola llamarada por noche.
Es el vacío de palabras, o el peso por la imposibilidad de decirlas.
No recuerdo que fue lo que ví primero. Si fueron los filos brillantes de la tijera, o las plumas ya flotando en el aire. Lo que haya sido, ya era tarde, me había cortado las alas.
Ahora creo que mis palabras eran el vuelo de mis sueños. Exóticos y tropicales, lejanos e imposibles.
Ya no tengo sueños imposibles. Si en algún momento tuve algo de vuelo o de imaginación, ese mismo vuelo ahora se fue volando, propio de su esencia.
Quizás es que, de pronto, descreo de las palabras. Sí, también de las mías.
Intolerante o fría, no tengo ganas de volver a ser la que era, aunque es lo que más me duele. Tampoco soporto otra desilusión, ni tengo ganas de disimularla.
No sueño en azul. Pero lo veo y lo escucho.
No sueño en verde, pero tampoco me marchito.
Me apodera la congoja de un dolor, de otra cosa más que quizás nunca vuelva a ser lo que era. El destino dirá, no puedo interceder sin capacidad de habla.
No sé qué se hace con la desilusión, aunque esta vez tengo que terminar de arrancarla, de cuajo y de raíz, espolvoreando la tierra seca en la cara de los egoístas.
Ojalá mañana pueda decir: mis alas están echando nuevas raíces.
lunes, 20 de septiembre de 2010
Mi cardumen
Muy pancha, seguía tras de mi cardumen.
No había otra opción. Cardumen de personas cruzando Avenida Libertador, en dirección a Retiro. Todos corriendo, empujando, esquivándome como si portara un virus mortal. O chocándome como si, directamente, fuera invisible. Por supuesto, tampoco pedían permiso.
Un cardumen desesperado por llegar 30 segundos antes, donde sea.
Era seguirlos, o morir aplastada (cuestión de lógica).
Como parte de la especie que soy los seguía pero, igualmente, me sentía un poco fuera de órbita. Y por momentos dudaba que fuéramos de la misma especie.
Hasta que el claro llegó. Era el oasis en el medio del desierto.
Por fin me pude quedar quieta, pude decidir no seguir ese ritmo que me tenía embelesada en su ansiedad voraz de constante avance.
Caí en la cuenta que no tenía que llegar, 30 segundos antes, a ningún lado. Me arranqué la escama que tenía pegada al hombro y me apoyé sobre la primer columna. Y bien de espaldas a los horarios.
Las pantallas gigantes con letras verdes seguirían marcando la hora. Un segundo se seguiría apilando sobre otro. ¡Fuera Satán! No te metas con este momento, le dije, totalmente desorbitada.
Mi plan era evadir la tentación, simplemente, dándole la espalda. Era una solución temporal, pero solución al fin.
La Torre de los Ingleses se me hace hermosa. Tuve varios sueños dentro de esa torre. Hasta que el encuadre se me amplió mucho más allá de la torre. Todo lo que necesitaba ver estaba delante. Palomas, infinidad de palomas, también como un cardumen, formando círculos vertiginosos. Era un espectáculo de la más pura belleza. Ganaban fuerza en cada nueva vuelta. Se recortaban sobre el azul del cielo, ahora todo cubierto de puntos negros, y formando círculos perfectos.
Me momifiqué frente ese espectáculo, ausente de mi tiempo y de mi galaxia.
Como si nada, me di vuelta. De a poco y bien disimulada (no me gusta llamar la atención) me incorporé de nuevo a mi cardumen.
Directo al próximo tren, pero con ese momento de gozo dibujado en una enorme sonrisa.
martes, 7 de septiembre de 2010
Un mapa
Un mapa delimita un camino posible. Tenerlo significa tener un destino seguro, pronto a transitar. Un lugar desde el cual empezar y, lo más importante, un lugar a dónde llegar. Una seguridad en la mano.
¿Quién no se sentiría tentado a emprenderlo teniendo una seguridad como meta?
Quizás nadie conozca el verdadero sentido de este mapa.
Mirándolo un poco más de lejos, creo que el único y verdadero sentido era perderme. A todos nosotros. Ése era su fin, su punto de llegada.
Mi propio mapa definió mi destino.
Nada me salvará, salvo aquello que mis propias manos texturen o se animen a moldear.
La suavidad y la confianza en mis formas me aseguran un poco más de calma en este mundo tan salvaje. Pero la seguridad del mapa es la única que puede calmar (un poco) la angustia perforada.
El aroma del azahar me devuelve por un momento a la realidad, de la que ahora estoy a años luz. Ya ni la distingo, salvo por la dureza de la mesa sobre la que escribo.
La fortaleza de este trazo me hace creer que, realmente, algo maravilloso me espera.
Mi espíritu intenta hablarme y me conduce con fuerza a un extremo, y también al otro. Me dice cosas opuestas. Lucha por llegar a donde ya no sea necesario decir nada más.
Podré dormir, algún día, cuando ya no tenga más palabras.
No soy una bruja (solo a veces). Tampoco me especializo en la clarividencia. Pero hay un día que sé que sucederá. Sé mucho del cómo, poco del cuándo.
No encontraré la paz en el amanecer. No encontraré ni siquiera un suspiro profundo y relajado. Apenas encontraré un sueño pérfido y confuso. Difuminado y borroso, ausente de cualquier sentido.
Tengo que seguir escarbando, aunque ya me haya arrancado de cuajo todas las uñas y me quede en carne viva.
Una de esas tantas paredes que escarbe, tendrá que ser la última.
El mapa de mi vida fue escrito hace mucho, en algún sueño, que todavía no puedo descifrar.
Sin sueño, pero sin calma, nunca se llega a destino. Ambos, deberían encontrarse.
Cuando el sueño y la calma acudan a mí, podré descansar en paz.
Cuando todo lo que dejé atrás un día pueda acompañarme sin hacerme daño, podré soñar algo un poco más claro.
Y solo cuando el amor de ese sueño me ahogue, voy a arder, vibrante y alegre entre llamas que no queman
Un mapa me dijo el camino, pero yo no pienso seguirlo.
No soy dueña siquiera de mis propios pies. Ellos prefieren quedarse quietos, mientras yo escribo.
viernes, 20 de agosto de 2010
A veces se aprende
De eso se trata la vida.
Y cuanto más se aprende, mejor.
A veces aprendo que no siempre es necesario decir lo que pienso. Basta con creer en eso, para que cobre fuerza.
El día que deje de creer, dejo de respirar.
A veces aprendo que quizás nada es como lo imaginé. Pero igual tengo que encontrarle el sentido.
El pensamiento sin un acto no significa nada, muere el mismo día que yo.
El pensamiento sin un acto es lo mismo que un deshecho.
No puedo deshacerme de la perturbación, no puedo deshacerme de los pensamientos.
Al menos, que sirvan para algo.
Al miedo lo piso, lo escracho, lo descubro, cuando se presenta vestido de gala y emperifollado. Le saco toda la ropa, y lo dejo a mi merced.
Cuando el miedo desaparece, la acción se hace presente, y me significa.
Si la acción no se hace presente, todo termina en arrepentimiento. Una pila de basura que me crece con el tiempo. Se apila un pensamiento sobre otro hasta que se torna imposible distinguir qué es lo que hace que esa pila sea tan gigante.
Cuando la pila es monumental, es imposible de deshacer.
No tengo que esperar tanto.
Cuando es tarde, no hay excusa que valga.
Un semental de deshechos inservibles. Es la basura de la humanidad, en mis propios pensamientos.
Soy un águila, para ver desde arriba su propia pila de basura. No es solo mía pero eso, justamente eso, es lo que no tiene que importarme. Junto la basura de todos. Soy la basurera oficial.
Me libero de pensamientos que no se convierten en actos, para que ya no tengan peso y no me aplasten el tórax.
Nos libero, porque todavía creo que vale la pena intentarlo.
Y cuanto más se aprende, mejor.
A veces aprendo que no siempre es necesario decir lo que pienso. Basta con creer en eso, para que cobre fuerza.
El día que deje de creer, dejo de respirar.
A veces aprendo que quizás nada es como lo imaginé. Pero igual tengo que encontrarle el sentido.
El pensamiento sin un acto no significa nada, muere el mismo día que yo.
El pensamiento sin un acto es lo mismo que un deshecho.
No puedo deshacerme de la perturbación, no puedo deshacerme de los pensamientos.
Al menos, que sirvan para algo.
Al miedo lo piso, lo escracho, lo descubro, cuando se presenta vestido de gala y emperifollado. Le saco toda la ropa, y lo dejo a mi merced.
Cuando el miedo desaparece, la acción se hace presente, y me significa.
Si la acción no se hace presente, todo termina en arrepentimiento. Una pila de basura que me crece con el tiempo. Se apila un pensamiento sobre otro hasta que se torna imposible distinguir qué es lo que hace que esa pila sea tan gigante.
Cuando la pila es monumental, es imposible de deshacer.
No tengo que esperar tanto.
Cuando es tarde, no hay excusa que valga.
Un semental de deshechos inservibles. Es la basura de la humanidad, en mis propios pensamientos.
Soy un águila, para ver desde arriba su propia pila de basura. No es solo mía pero eso, justamente eso, es lo que no tiene que importarme. Junto la basura de todos. Soy la basurera oficial.
Me libero de pensamientos que no se convierten en actos, para que ya no tengan peso y no me aplasten el tórax.
Nos libero, porque todavía creo que vale la pena intentarlo.
miércoles, 18 de agosto de 2010
La pecera
Glu glu, glu glu.
Justo y bello.
Jodón y belicoso.
Juguetón y bordó.
Juncoso y bordero (de los bordes).
Jazmín, bis (sí, tengo dos jazmines).
Juerga y birra.
Jarra y bino? (Me gusta, pero no aplica; pese a todo, todavía respetamos la ortografía).
Jolgorio y bullicio. ¡Sí!
Glu glu, glu glu.
Nuestro pececito no tenía buen aspecto.
Mantenía los colores, el anaranjado furioso, y los ojos como dos huevos fritos centelleantes, listos para ser devorados por el húmedo pan que pueda absorber toda su sabrosa yema frita.
Pero le faltaba un poquito de vida.
Nunca volver al fondo de la pecera. Su destino era flotar boca arriba. O como mucho, quedarse en las aguas intermedias.
Glu glu, se ahoga el pececito, glu glu.
Yo me ahogo junto con el pececito, glu glu. La noche me ahoga cuando llega a su fin.
Solo nos queda buscar las llaves, y salir a buscarla.
Ella sola puede decirnos como se termina esto.
Pero igual me pregunto cómo podemos terminar de curar algo, si no tenemos el remedio.
Salimos a caminar, repitiendo, glu glu.
A los saltos, desde un quinto piso, el tocar con el suelo se sintió menos que un rebote contra una escalera de colectivo, en subida.
Pero tenemos un poco de miedo. No somos tan valientes.
La valentía de las palabras es la más fácil de las desventuras,
si no podemos seguirles el ritmo.
Mi espalda cruje, pero ya no pronuncia palabra. Prefiere hacer la plancha boca arriba, y flotar. Puede ser en la superficie, o en las aguas intermedias.
Como sea, de ninguna manera quiere llegar al fondo de la pecera.
Es que hace días que no la limpio.
Justo y bello.
Jodón y belicoso.
Juguetón y bordó.
Juncoso y bordero (de los bordes).
Jazmín, bis (sí, tengo dos jazmines).
Juerga y birra.
Jarra y bino? (Me gusta, pero no aplica; pese a todo, todavía respetamos la ortografía).
Jolgorio y bullicio. ¡Sí!
Glu glu, glu glu.
Nuestro pececito no tenía buen aspecto.
Mantenía los colores, el anaranjado furioso, y los ojos como dos huevos fritos centelleantes, listos para ser devorados por el húmedo pan que pueda absorber toda su sabrosa yema frita.
Pero le faltaba un poquito de vida.
Nunca volver al fondo de la pecera. Su destino era flotar boca arriba. O como mucho, quedarse en las aguas intermedias.
Glu glu, se ahoga el pececito, glu glu.
Yo me ahogo junto con el pececito, glu glu. La noche me ahoga cuando llega a su fin.
Solo nos queda buscar las llaves, y salir a buscarla.
Ella sola puede decirnos como se termina esto.
Pero igual me pregunto cómo podemos terminar de curar algo, si no tenemos el remedio.
Salimos a caminar, repitiendo, glu glu.
A los saltos, desde un quinto piso, el tocar con el suelo se sintió menos que un rebote contra una escalera de colectivo, en subida.
Pero tenemos un poco de miedo. No somos tan valientes.
La valentía de las palabras es la más fácil de las desventuras,
si no podemos seguirles el ritmo.
Mi espalda cruje, pero ya no pronuncia palabra. Prefiere hacer la plancha boca arriba, y flotar. Puede ser en la superficie, o en las aguas intermedias.
Como sea, de ninguna manera quiere llegar al fondo de la pecera.
Es que hace días que no la limpio.
De espaldas
Uno y dos.
Consecutivos.
Uno, y dos, y tres.
Si llego a tres, llego a donde quiera.
El número impar me da una fuerza sobrehumana.
Me gusta el diez, y me gusta el quince.
Siempre hay un roto para un descocido.
Por eso me pregunto, ¿dónde habré dejado los alfileres?
En caso de que encuentre los alfileres, tendría que encontrar también el hilo. Pero no cualquier hilo. Tiene que ser el hilo que cuaje de maravillas con esa prenda. No puedo coser con rojo una prenda azul.
En realidad, podría.
Pero no es mi estilo.
Si tengo que coser esta tela, tendrá que ser siguiendo el parámetro de la perfección y el detalle. Mi parámetro es ese, y no admito cuerdas reflexiones.
Cierro un ojo. Todo mi mundo se reduce a la mitad de lo que es.
Tomo la aguja, con el cuidado de estar abrazando una estrella, con la parsimonia de estar desgajando una hebra de cielo.
Cada hebra que le quite al cielo será una mancha blanca al día siguiente. Será una nube que me cubre del sol.
Tomo esa hebra azul y la enhebro en mi aguja.
No conozco una estrella que tenga imperfecciones. La mía tampoco podría tenerlas.
Y así me puse a coser, toda la noche. El hilo y la aguja atravesaban la realidad, la remendaban con el mayor de los cuidados, con todo el amor que existe en este mundo
El amor a dar más vida a algo, gracias a que existimos.
El amor de un grito desesperado, que aclamó nuestra presencia.
Cosiendo el cielo, lo dejé sin nubes. Lo dejé azul. Lo dejé lleno de vida y de esperanza.
Cosiendo se me pasó toda la noche, mientras caminaba de espaldas.
Era necesario, necesitaba concentrarme en la tarea, ardua tarea, que emprendía.
Cuando camino de espaldas, veo todo lo que dejo atrás.
Dicen que caminar de espaldas es estar hablándole, o cantándole, a un ángel. Es una actitud infantil, negadora.
Me gusta caminar de espaldas.
Me gusta saber que no tengo idea con qué puedo encontrarme si me doy vuelta.
Si me tengo que chocar contra algo, prefiero que sea sin verle la cara.
No somos tan importantes,
Aunque nuestra realidad, vista muy de cerca, puede que resulte aún más intimidante.
Consecutivos.
Uno, y dos, y tres.
Si llego a tres, llego a donde quiera.
El número impar me da una fuerza sobrehumana.
Me gusta el diez, y me gusta el quince.
Siempre hay un roto para un descocido.
Por eso me pregunto, ¿dónde habré dejado los alfileres?
En caso de que encuentre los alfileres, tendría que encontrar también el hilo. Pero no cualquier hilo. Tiene que ser el hilo que cuaje de maravillas con esa prenda. No puedo coser con rojo una prenda azul.
En realidad, podría.
Pero no es mi estilo.
Si tengo que coser esta tela, tendrá que ser siguiendo el parámetro de la perfección y el detalle. Mi parámetro es ese, y no admito cuerdas reflexiones.
Cierro un ojo. Todo mi mundo se reduce a la mitad de lo que es.
Tomo la aguja, con el cuidado de estar abrazando una estrella, con la parsimonia de estar desgajando una hebra de cielo.
Cada hebra que le quite al cielo será una mancha blanca al día siguiente. Será una nube que me cubre del sol.
Tomo esa hebra azul y la enhebro en mi aguja.
No conozco una estrella que tenga imperfecciones. La mía tampoco podría tenerlas.
Y así me puse a coser, toda la noche. El hilo y la aguja atravesaban la realidad, la remendaban con el mayor de los cuidados, con todo el amor que existe en este mundo
El amor a dar más vida a algo, gracias a que existimos.
El amor de un grito desesperado, que aclamó nuestra presencia.
Cosiendo el cielo, lo dejé sin nubes. Lo dejé azul. Lo dejé lleno de vida y de esperanza.
Cosiendo se me pasó toda la noche, mientras caminaba de espaldas.
Era necesario, necesitaba concentrarme en la tarea, ardua tarea, que emprendía.
Cuando camino de espaldas, veo todo lo que dejo atrás.
Dicen que caminar de espaldas es estar hablándole, o cantándole, a un ángel. Es una actitud infantil, negadora.
Me gusta caminar de espaldas.
Me gusta saber que no tengo idea con qué puedo encontrarme si me doy vuelta.
Si me tengo que chocar contra algo, prefiero que sea sin verle la cara.
No somos tan importantes,
Aunque nuestra realidad, vista muy de cerca, puede que resulte aún más intimidante.
viernes, 13 de agosto de 2010
Cuando voy, o cuando me quedo
Es tan fácil perderse,
y tan difícil encontrarse.
Puede llevar toda una vida.
Puede no suceder nunca.
Es fácil también esperar, solamente esperar, a que salga el sol.
La luz es tan tenue a veces, que no puedo verla.
Es como un pequeño puntito de esos que se ven cuando estamos en un cuarto oscuro, pero con una puerta. Detrás de esa puerta hay algo más y la luz está encendida.
La luz es a veces tan chiquita como ese puntito que se vé del otro lado, gracias a la cerradura, gracias a que haya algo más esperándome detrás.
Tendría que limpiar el ojo de la cerradura, para ver mejor que hay detrás.
O mucho mejor, tendría que abrir la puerta.
A veces puedo, otras no.
Siempre lo intento, eso me colma.
y tan difícil encontrarse.
Puede llevar toda una vida.
Puede no suceder nunca.
Es fácil también esperar, solamente esperar, a que salga el sol.
La luz es tan tenue a veces, que no puedo verla.
Es como un pequeño puntito de esos que se ven cuando estamos en un cuarto oscuro, pero con una puerta. Detrás de esa puerta hay algo más y la luz está encendida.
La luz es a veces tan chiquita como ese puntito que se vé del otro lado, gracias a la cerradura, gracias a que haya algo más esperándome detrás.
Tendría que limpiar el ojo de la cerradura, para ver mejor que hay detrás.
O mucho mejor, tendría que abrir la puerta.
A veces puedo, otras no.
Siempre lo intento, eso me colma.
jueves, 12 de agosto de 2010
Es el silencio
Pero la música suena.
El silencio llamó a mi puerta.
Me dijo que me llame a silencio.
El silencio me dijo que todas las palabras sobran.
- Si no te animás a decir las cosas, es mejor que no digas nada – sentenció.
El viento polar sacude la ventana,
la persiana cruje y se estremece.
Esto sería algo así como una noche diabólica, el silencio se torna siniestro.
Pero la música suena.
El silencio llamó a mi puerta.
Me dijo que me llame a silencio.
El silencio me dijo que todas las palabras sobran.
- Si no te animás a decir las cosas, es mejor que no digas nada – sentenció.
El viento polar sacude la ventana,
la persiana cruje y se estremece.
Esto sería algo así como una noche diabólica, el silencio se torna siniestro.
Pero la música suena.
Baile de disfraces
Todas mis decisiones juntas, desordenadas, revoloteadas, inquietas, rebeldes y danzantes.
Mezcladas. MUY.
Se me pasó el día, alegre y glamorosa. Pero hoy SÍ con el alma y el espíritu de negro.
Negra de luto, para hacerle un poco el aguante a mi agujero candente.
Necesidad urgente de convencerme acerca del beneficio de velar viejas e inútiles costumbres (y por ende también a sus representantes, que prefieren una y otra vez hacer daño y luego pedir perdón, antes que evitar el daño de entrada...cosa que puedo aceptar o perdonar, pero jamás lo entenderé).
Cuestión que de ponto me llegó la tarde, y me entusiasma estar habilitada a un nuevo cambio: puedo estar verde, pero siempre en un proceso, en movimiento, en este caso, de maduración.
De noche, y para no abusar de su hospitalidad, primero me aíslo. Desaparezco y me esfumo. Posiblemente me encuentren perdida primero, sin gesto y deambulando apenas con la mirada.
Es nuestro ritual, sólo que dejamos pasar un tiempo hasta nuestro encuentro, nos hacemos desear, hasta que la noche se digna a buscarme. Y ya respiro tranquila, sé que jamás se olvida de mí.
No tiene que esforzarse en la búsqueda, yo también la estoy esperando, ansiosa. Estimo que gusta mi compañía. Y que soy de las pocas que la acompañan, de principio a fin.
Tenemos códigos.
Y esta noche me encontró pura, fría y espumosa como el aire de mar.
Así es que esta noche, y solo por vos, imito el sonido de las gotas de lluvia.
Quizás eso te ayude a olvidar tus prejuicios, y te permitas el hipnotismo de mi mirada, finalmente atreverte a mirarme, sin ninguna las numerosas caretas.
Mirarme, teneme frente a tu cara, y si lo soportás, por fin vas a descubrir esa sorpresa que mis ojos tienen para regalarte.
De la nada me invade la sociabilidad, la interacción, la buena vibra, el intercambio.
Quien se me cruce a lo largo de toda la vida, haré lo imposible porque siempre se lleven algo bueno y si creo lo sabrá valorar tendrás lo mejor de mí.
Mi mayor deseo es hacer la diferencia, siendo generosa, generando buenas emociones, revirtiendo experiencias tristes o negativas, generando un halo de buena energía a mi alrededor, en mi vida personal, en el trabajo, o donde sea, lograr emanar una energía que nos una y con la que todos nos sintamos felices, ayudando a otros, a todos los posibles, teniendo códigos de amistad y amor incorrompibles.
Quizás también a vos pueda servirte mucho todo lo que tengo para ofrecer.
Quizás mi papel haya sido caer en medio de tu vida,
por supuesto a puro golpe y sin paracaídas.
Pero sólo para enseñarte otra cosa,
diferente a todo lo que representan hoy tus costumbres hasta ahora.
Lo opuesto a lo carnal,
lo único que en este momento nos une.
Si llega a ser así, por favor abrime una rendija de ese corazón endurecido y dormido.
Dejame acercarme, confiá en mi, nunca lastimaría adrede.
Y habiendo confesado mi mayor deseo, ahora toca confesar mi mayor debilidad:
no tener capacidad para decir no, bailo a tu ritmo y no puedo parar.
Creo que conocí (aunque no las comparta y no las entienda) las reglas de este extraño juego:
llevo un disfraz de porcelana, impenetrable, yo llevo en mi disfraz todos los disfraces.
Con este disfraz soy la dueña del universo.
Soy capaz de emprender lo imposible.
Soy capaz de cruzar el Océano Atlántico mirando a la luna.
O podría mirar la misma estrella toda la noche, toda la vida.
Mezcladas. MUY.
Se me pasó el día, alegre y glamorosa. Pero hoy SÍ con el alma y el espíritu de negro.
Negra de luto, para hacerle un poco el aguante a mi agujero candente.
Necesidad urgente de convencerme acerca del beneficio de velar viejas e inútiles costumbres (y por ende también a sus representantes, que prefieren una y otra vez hacer daño y luego pedir perdón, antes que evitar el daño de entrada...cosa que puedo aceptar o perdonar, pero jamás lo entenderé).
Cuestión que de ponto me llegó la tarde, y me entusiasma estar habilitada a un nuevo cambio: puedo estar verde, pero siempre en un proceso, en movimiento, en este caso, de maduración.
De noche, y para no abusar de su hospitalidad, primero me aíslo. Desaparezco y me esfumo. Posiblemente me encuentren perdida primero, sin gesto y deambulando apenas con la mirada.
Es nuestro ritual, sólo que dejamos pasar un tiempo hasta nuestro encuentro, nos hacemos desear, hasta que la noche se digna a buscarme. Y ya respiro tranquila, sé que jamás se olvida de mí.
No tiene que esforzarse en la búsqueda, yo también la estoy esperando, ansiosa. Estimo que gusta mi compañía. Y que soy de las pocas que la acompañan, de principio a fin.
Tenemos códigos.
Y esta noche me encontró pura, fría y espumosa como el aire de mar.
Así es que esta noche, y solo por vos, imito el sonido de las gotas de lluvia.
Quizás eso te ayude a olvidar tus prejuicios, y te permitas el hipnotismo de mi mirada, finalmente atreverte a mirarme, sin ninguna las numerosas caretas.
Mirarme, teneme frente a tu cara, y si lo soportás, por fin vas a descubrir esa sorpresa que mis ojos tienen para regalarte.
De la nada me invade la sociabilidad, la interacción, la buena vibra, el intercambio.
Quien se me cruce a lo largo de toda la vida, haré lo imposible porque siempre se lleven algo bueno y si creo lo sabrá valorar tendrás lo mejor de mí.
Mi mayor deseo es hacer la diferencia, siendo generosa, generando buenas emociones, revirtiendo experiencias tristes o negativas, generando un halo de buena energía a mi alrededor, en mi vida personal, en el trabajo, o donde sea, lograr emanar una energía que nos una y con la que todos nos sintamos felices, ayudando a otros, a todos los posibles, teniendo códigos de amistad y amor incorrompibles.
Quizás también a vos pueda servirte mucho todo lo que tengo para ofrecer.
Quizás mi papel haya sido caer en medio de tu vida,
por supuesto a puro golpe y sin paracaídas.
Pero sólo para enseñarte otra cosa,
diferente a todo lo que representan hoy tus costumbres hasta ahora.
Lo opuesto a lo carnal,
lo único que en este momento nos une.
Si llega a ser así, por favor abrime una rendija de ese corazón endurecido y dormido.
Dejame acercarme, confiá en mi, nunca lastimaría adrede.
Y habiendo confesado mi mayor deseo, ahora toca confesar mi mayor debilidad:
no tener capacidad para decir no, bailo a tu ritmo y no puedo parar.
Creo que conocí (aunque no las comparta y no las entienda) las reglas de este extraño juego:
llevo un disfraz de porcelana, impenetrable, yo llevo en mi disfraz todos los disfraces.
Con este disfraz soy la dueña del universo.
Soy capaz de emprender lo imposible.
Soy capaz de cruzar el Océano Atlántico mirando a la luna.
O podría mirar la misma estrella toda la noche, toda la vida.
martes, 10 de agosto de 2010
Mucho más que dos
Tu suspiro profundo
de luz
precedió al negro.
Tu goce completo, por ahora,
me alcanza.
Mi mano se desliza, por sobre tu hoja en blanco, tersa, de tercio
pelo.
En blanco estaremos, también, mañana.
El alba
nos bifurca al azul
nos acerca.
Mi sombra te engorda,
mi mirada te colma,
tu mirada es transparente.
Yo la penetro, también con mi sombra
Mañana estaremos todos,
cuando la primera estrella titile
por segunda vez.
de luz
precedió al negro.
Tu goce completo, por ahora,
me alcanza.
Mi mano se desliza, por sobre tu hoja en blanco, tersa, de tercio
pelo.
En blanco estaremos, también, mañana.
El alba
nos bifurca al azul
nos acerca.
Mi sombra te engorda,
mi mirada te colma,
tu mirada es transparente.
Yo la penetro, también con mi sombra
Mañana estaremos todos,
cuando la primera estrella titile
por segunda vez.
martes, 3 de agosto de 2010
El ovni
El artefacto pasó, pasó, pasó, pasó, y se detuvo.
Prendió las luces. Verdes y violetas.
¿Buenos? ¿Malos?
Les iba a dar todo lo que pidan, de cualquier manera.
Hoy, tranquila en mi nido, amanecí acobijada mejor que nunca. No tenía espacio en la memoria para nada, salvo para las pantuflas.
Así, empecé el día saludando a todo, a todos, y les dije:
- Hola, hoy vamos a vivir un nuevo día juntos. Espero que lo disfruten. Yo intentaré lo mismo.
Y con las pantuflas bien puestas, rogué también que él se dejara de jugar conmigo. No podría soportarlo un día más. Por eso, a él, fue al único que no saludé.
De pantuflas, pero igual con una sonrisa radiante, miré a través de la ventana las luces verdes y violetas.
La escalerita bajó del ovni y yo, inmediatamente, me subí.
Gracias a dios que tenía pantuflas. Duele un poco el fino y frío metal de las escaleras.
Soy incierta pero soy constante, nunca me gustó salir de la cama descalza.
¨No quisiera detener
esta oleada que me lleva
a dónde, a dónde no lo sé,
sólo me muevo con ella.
Y nadie ahí me conocerá,
y a nadie ahí reconoceré
pero no tengo miedo.
...
Y todo lo que ya viví,
lo sigo cargando.
Lo llevo muy dentro de mí
nunca lo he olvidado…¨
Oleada
Julieta Venegas
http://www.youtube.com/watch?v=8IJw2lD4jHk
Prendió las luces. Verdes y violetas.
¿Buenos? ¿Malos?
Les iba a dar todo lo que pidan, de cualquier manera.
Hoy, tranquila en mi nido, amanecí acobijada mejor que nunca. No tenía espacio en la memoria para nada, salvo para las pantuflas.
Así, empecé el día saludando a todo, a todos, y les dije:
- Hola, hoy vamos a vivir un nuevo día juntos. Espero que lo disfruten. Yo intentaré lo mismo.
Y con las pantuflas bien puestas, rogué también que él se dejara de jugar conmigo. No podría soportarlo un día más. Por eso, a él, fue al único que no saludé.
De pantuflas, pero igual con una sonrisa radiante, miré a través de la ventana las luces verdes y violetas.
La escalerita bajó del ovni y yo, inmediatamente, me subí.
Gracias a dios que tenía pantuflas. Duele un poco el fino y frío metal de las escaleras.
Soy incierta pero soy constante, nunca me gustó salir de la cama descalza.
¨No quisiera detener
esta oleada que me lleva
a dónde, a dónde no lo sé,
sólo me muevo con ella.
Y nadie ahí me conocerá,
y a nadie ahí reconoceré
pero no tengo miedo.
...
Y todo lo que ya viví,
lo sigo cargando.
Lo llevo muy dentro de mí
nunca lo he olvidado…¨
Oleada
Julieta Venegas
http://www.youtube.com/watch?v=8IJw2lD4jHk
Los secretos de la ligustrina
En el jardín de casa teníamos una medianera.
Para mis ojos, cuando la veía desde mi pequeña altura, la medianera me resultaba un gran muro. Estaba completamente cubierta de una ligustrina frondosa.
No sé cómo podía pasar, pero la ligustrina era igual de verde y también igual de frondosa, en cualquier momento del año. Era la más mágica de las ligustrinas atemporales.
Un día, muchos en realidad, me paré delante de ella, y la miraba. Hojitas verdes y pequeñitas, infinitas, pegaditas, una al lado de la otra, ocultando el muro de cemento.
El mejor vestido que jamás pudo haber tenido ese muro de cemento, fue la eterna verde ligustrina.
La mañana se sentía suave en mi garganta, los rayos de sol me cegaban un poco y esperaban con paciencia que yo pudiera distinguir las nuevas cosas que querían contarme su forma. La verdad estaba esperando a ser revelada, la mañana me quería contar tantas cosas, pero poco a poco, sin ansiedad.
La mañana quería contarme sus secretos.
Y justo esa mañana los secretos decidieron posarse en mi ligustrina, y me hablaron.
Festejamos nuestro encuentro.
Lástima que no puedo contar lo que me dijeron, es un secreto.
Para mis ojos, cuando la veía desde mi pequeña altura, la medianera me resultaba un gran muro. Estaba completamente cubierta de una ligustrina frondosa.
No sé cómo podía pasar, pero la ligustrina era igual de verde y también igual de frondosa, en cualquier momento del año. Era la más mágica de las ligustrinas atemporales.
Un día, muchos en realidad, me paré delante de ella, y la miraba. Hojitas verdes y pequeñitas, infinitas, pegaditas, una al lado de la otra, ocultando el muro de cemento.
El mejor vestido que jamás pudo haber tenido ese muro de cemento, fue la eterna verde ligustrina.
La mañana se sentía suave en mi garganta, los rayos de sol me cegaban un poco y esperaban con paciencia que yo pudiera distinguir las nuevas cosas que querían contarme su forma. La verdad estaba esperando a ser revelada, la mañana me quería contar tantas cosas, pero poco a poco, sin ansiedad.
La mañana quería contarme sus secretos.
Y justo esa mañana los secretos decidieron posarse en mi ligustrina, y me hablaron.
Festejamos nuestro encuentro.
Lástima que no puedo contar lo que me dijeron, es un secreto.
sábado, 31 de julio de 2010
La T
--> -->
¿Le tentó tanto tocarme una teta en un tropiezo del tren?
Triste, totalmente triste, es su tipo de taradez.
miércoles, 28 de julio de 2010
Desde arriba
Lo que veo, desde arriba, desde el último y más alto piso, el que tiene el cielo como último techo, es, simplemente, todo.
Todo se mueve, todo cambia de forma, todo avanza, todo se transforma.
Todo camina, todo vuela, todo rueda.
Todo emite un sonido, o permanece en silencio.
La señora sale, el hombre entra, el nene cruza, la paloma vuela entre ellos, el auto los costea, el colectivo espera, la bicicleta flota, el árbol se menea, la moto ruge, el perro ladra, el gato corre, el chillido musicaliza, el torno lo tapa.
El anciano mira, el joven salpica, el loro abre el pico, pero el viento se lo cierra.
El desesperado corre contra el viento.
El viento corre a la lluvia.
Entran, salen, llegan, se van, avanzan, retroceden, o simplemente esperan.
Todo fluye, todo no tiene paz, pero tampoco busca tenerla.
Todo no tiene oportunidad de quedarse quieto.
Yo miro todo, y me voy. Seguir con lo que estaba haciendo.
Todo nunca se siente solo. Todo siempre tiene alguien más que lo observe, desde arriba, desde el único lugar donde todo puede apreciarse.
Mientras, nadie se queda quieto.
Todo se mueve, todo cambia de forma, todo avanza, todo se transforma.
Todo camina, todo vuela, todo rueda.
Todo emite un sonido, o permanece en silencio.
La señora sale, el hombre entra, el nene cruza, la paloma vuela entre ellos, el auto los costea, el colectivo espera, la bicicleta flota, el árbol se menea, la moto ruge, el perro ladra, el gato corre, el chillido musicaliza, el torno lo tapa.
El anciano mira, el joven salpica, el loro abre el pico, pero el viento se lo cierra.
El desesperado corre contra el viento.
El viento corre a la lluvia.
Entran, salen, llegan, se van, avanzan, retroceden, o simplemente esperan.
Todo fluye, todo no tiene paz, pero tampoco busca tenerla.
Todo no tiene oportunidad de quedarse quieto.
Yo miro todo, y me voy. Seguir con lo que estaba haciendo.
Todo nunca se siente solo. Todo siempre tiene alguien más que lo observe, desde arriba, desde el único lugar donde todo puede apreciarse.
Mientras, nadie se queda quieto.
domingo, 25 de julio de 2010
Estábamos frente a frente
Entonces primero, me agarrás una mano.
Así.
Después, me agarrás la otra.
Así.
Ahora, alzamos nuestras manos entrelazadas.
Todos tus dedos enroscados con todos mis dedos.
Así.
Alzamos los brazos, al mismo tiempo que las manos.
Y ahora…
Ahora…nos miramos a los ojos.
Asss...sonreiste antes de que te lo dijera.
Qué suerte.
Así, y ahora.
Es todo lo que tenía para decirte.
Así.
Después, me agarrás la otra.
Así.
Ahora, alzamos nuestras manos entrelazadas.
Todos tus dedos enroscados con todos mis dedos.
Así.
Alzamos los brazos, al mismo tiempo que las manos.
Y ahora…
Ahora…nos miramos a los ojos.
Asss...sonreiste antes de que te lo dijera.
Qué suerte.
Así, y ahora.
Es todo lo que tenía para decirte.
viernes, 23 de julio de 2010
.....................
Hoy la belleza habla por sí sola.
Siempre lo hace.
Me gustaría poder llorar de emoción y dar las gracias.
Sin embargo, me estalla el pecho.
Estalla de felicidad.
Dentro, muchas, muchísimas partículas de belleza.
Empiezan a volar.
Se suman al todo y se pierden en la brisa, en la misma belleza.
Un solo árbol, frondoso y amarillo, en el medio de este invierno de árboles pelados.
Ahora ya con brotes a punto de explotar, recortando cada uno una forma diferente sobre el cielo.
El amor de la contemplación pura.
El ardor de los contrastes.
La sin razón de la belleza.
El calor que calma la desesperación de las almas congeladas.
La perfección en todo, cuando estamos tibios.
Siempre lo hace.
Me gustaría poder llorar de emoción y dar las gracias.
Sin embargo, me estalla el pecho.
Estalla de felicidad.
Dentro, muchas, muchísimas partículas de belleza.
Empiezan a volar.
Se suman al todo y se pierden en la brisa, en la misma belleza.
Un solo árbol, frondoso y amarillo, en el medio de este invierno de árboles pelados.
Ahora ya con brotes a punto de explotar, recortando cada uno una forma diferente sobre el cielo.
El amor de la contemplación pura.
El ardor de los contrastes.
La sin razón de la belleza.
El calor que calma la desesperación de las almas congeladas.
La perfección en todo, cuando estamos tibios.
domingo, 18 de julio de 2010
Me quiere, no me quiere...
Me quiere
No me quiere
Me quiere
No me quiere
¿No me quiere? ¿Es posible?
Seguro me quiere, pero no sabe cómo demostrarlo.
Era la última pequeñísima burbuja que sobrevivía a la espuma de la ola. El caballo pasó, al galope, y la reventó. Él montaba sobre ese caballo.
Una escena muy viril, muy perfecta, pero poco usual para estar deshojando una margarita entre tanto. Los pétalos volaban apenas los arrancaba, se volvían lejanos e inalcanzables. No me era posible perseguirlos y pedirles una explicación.
¿Por qué no me quiere entonces?
Una vez más, me fui caminando, triste, por supuesto, y cuesta arriba.
Subía el médano, sin apuros, aunque el viento sí me apuraba un poco.
Ya había pasado mi caballo, se había ido mi tren. Había continuado su marcha siempre hacia delante, avanzado vertiginosamente, sin reparar en mi presencia.
Lo mismo todas las mañanas, lo mismo todos los amaneceres.
Yo, en la playa, deshojando la margarita, y él desfilando frente a mí, inmune a mi presencia, generando sólo un poquito más de viento del que soplara en la playa en ese momento.
Y así, esperé al siguiente amanecer. Mi amado pasaría al día siguiente, con su caballo al galope. Pero la próxima mañana sí repararía en mi presencia y aunque más no sea podría preguntarle: ¿por qué no me querés?
Volví a la mañana siguiente, como todas las mañanas, con mi margarita, lista para empezar a deshojarla.
Y una vez más, pasó mi caballo, pero esta vez ya no era mi jinete de todas las mañanas quien lo montaba. Inmediatamente y también, precipitadamente, me enamoré con locura. Volaban los pétalos.
El caballo y su nuevo jinete avanzaban seguros.
Pero de repente el tiempo se detuvo, y también lo hicieron el jinete y su caballo. Se clavaron bruscos en la arena, estacionaron su marcha, y dieron vuelta lentamente sus cabezas. Fue entonces que el jinete retrocedió y susurró algo directo a mis labios, mirándome con dulzura.
No pude permanecer en mi lugar. Tenía tan mal aliento, que tuve que salir corriendo.
Nunca más volví a la playa, ni pude volver a ver un amanecer. El terror del recuerdo me atacaría de inmediato si lo intento.
Por eso ahora me gustan los atardeceres en el campo. Hay menos viento, y los pétalos de las margaritas no vuelan tan lejos. Ahora puedo alcanzarlos y preguntarles: ¿por qué no me quiere?
No me quiere
Me quiere
No me quiere
¿No me quiere? ¿Es posible?
Seguro me quiere, pero no sabe cómo demostrarlo.
Era la última pequeñísima burbuja que sobrevivía a la espuma de la ola. El caballo pasó, al galope, y la reventó. Él montaba sobre ese caballo.
Una escena muy viril, muy perfecta, pero poco usual para estar deshojando una margarita entre tanto. Los pétalos volaban apenas los arrancaba, se volvían lejanos e inalcanzables. No me era posible perseguirlos y pedirles una explicación.
¿Por qué no me quiere entonces?
Una vez más, me fui caminando, triste, por supuesto, y cuesta arriba.
Subía el médano, sin apuros, aunque el viento sí me apuraba un poco.
Ya había pasado mi caballo, se había ido mi tren. Había continuado su marcha siempre hacia delante, avanzado vertiginosamente, sin reparar en mi presencia.
Lo mismo todas las mañanas, lo mismo todos los amaneceres.
Yo, en la playa, deshojando la margarita, y él desfilando frente a mí, inmune a mi presencia, generando sólo un poquito más de viento del que soplara en la playa en ese momento.
Y así, esperé al siguiente amanecer. Mi amado pasaría al día siguiente, con su caballo al galope. Pero la próxima mañana sí repararía en mi presencia y aunque más no sea podría preguntarle: ¿por qué no me querés?
Volví a la mañana siguiente, como todas las mañanas, con mi margarita, lista para empezar a deshojarla.
Y una vez más, pasó mi caballo, pero esta vez ya no era mi jinete de todas las mañanas quien lo montaba. Inmediatamente y también, precipitadamente, me enamoré con locura. Volaban los pétalos.
El caballo y su nuevo jinete avanzaban seguros.
Pero de repente el tiempo se detuvo, y también lo hicieron el jinete y su caballo. Se clavaron bruscos en la arena, estacionaron su marcha, y dieron vuelta lentamente sus cabezas. Fue entonces que el jinete retrocedió y susurró algo directo a mis labios, mirándome con dulzura.
No pude permanecer en mi lugar. Tenía tan mal aliento, que tuve que salir corriendo.
Nunca más volví a la playa, ni pude volver a ver un amanecer. El terror del recuerdo me atacaría de inmediato si lo intento.
Por eso ahora me gustan los atardeceres en el campo. Hay menos viento, y los pétalos de las margaritas no vuelan tan lejos. Ahora puedo alcanzarlos y preguntarles: ¿por qué no me quiere?
No duermo sola
Finalmente recosté la cabeza sobre la almohada, sintiéndome plenamente feliz, como pocas veces.
Hacía horas ansiaba el momento, imaginaba poder encontrarme desvestida, casi desnuda, por supuesto sin medias, cubriéndome con el peso de las sábanas y las cobijas. Poco a poco me irían dando calor. Sentir la suavidad de las sábanas rozándome.
No tenía sueño suficiente, pero sin embargo ansiaba recostarme y sentir esa sensación de paz, tranquilidad, plenitud, alegría y felicidad previa a ese mismo y preciso sueño.
Poco a poco fui aproximando mi cuerpo junto al suyo. Sentí cómo la temperatura aumentaba, al acercarme al calor de otro cuerpo que yacía en la cama desde varias horas antes. Y también inhalé la atmósfera de ese otro sueño.
Recuerdo la luz, era simplemente perfecta.
Pensé que ni siquiera cuando cerramos los ojos estamos en completa oscuridad. Siempre estamos imaginando cosas, o simplemente soñando cosas que después no recordaremos.
Cada endija de la persiana se reflejaba sobre la pared, alumbrándola con pequeñas líneas blancas que dibujaban una forma. Cada pequeño rayito de luz permitía reconocer cada uno de los objetos de la habitación, los proyectaba y los hacía nacer de nuevo, bajo otra mirada.
Todo era conocido para mí, pero seguía siendo totalmente magnífico.
Éste fue mi minuto de felicidad absoluta, irreproducible.
Hacía horas ansiaba el momento, imaginaba poder encontrarme desvestida, casi desnuda, por supuesto sin medias, cubriéndome con el peso de las sábanas y las cobijas. Poco a poco me irían dando calor. Sentir la suavidad de las sábanas rozándome.
No tenía sueño suficiente, pero sin embargo ansiaba recostarme y sentir esa sensación de paz, tranquilidad, plenitud, alegría y felicidad previa a ese mismo y preciso sueño.
Poco a poco fui aproximando mi cuerpo junto al suyo. Sentí cómo la temperatura aumentaba, al acercarme al calor de otro cuerpo que yacía en la cama desde varias horas antes. Y también inhalé la atmósfera de ese otro sueño.
Recuerdo la luz, era simplemente perfecta.
Pensé que ni siquiera cuando cerramos los ojos estamos en completa oscuridad. Siempre estamos imaginando cosas, o simplemente soñando cosas que después no recordaremos.
Cada endija de la persiana se reflejaba sobre la pared, alumbrándola con pequeñas líneas blancas que dibujaban una forma. Cada pequeño rayito de luz permitía reconocer cada uno de los objetos de la habitación, los proyectaba y los hacía nacer de nuevo, bajo otra mirada.
Todo era conocido para mí, pero seguía siendo totalmente magnífico.
Éste fue mi minuto de felicidad absoluta, irreproducible.
Las pasiones
Son sólo, o tanto, como 3 frases de una película. El ladrón de orquídeas
Hay demasiadas ideas. Y cosas, y gente.
Demasiadas direcciones que tomar.
Comencé a pensar que la razón por la que es bueno que algo te interese, apasionadamente, es que reduce el mundo a un tamaño más manejable.
Creo que sí tengo una pasión de la que no me avergüenzo:
Quiero saber cómo se siente que algo te interese, con pasión.
La mayoría de la gente anhela algo excepcional, algo tan inspirador que los hiciera arriesgar todo por esa pasión, pero pocos realmente lo harían.
Es muy poderoso y es intoxicante, estar cerca de alguien tan vivo.
Hay demasiadas ideas. Y cosas, y gente.
Demasiadas direcciones que tomar.
Comencé a pensar que la razón por la que es bueno que algo te interese, apasionadamente, es que reduce el mundo a un tamaño más manejable.
Creo que sí tengo una pasión de la que no me avergüenzo:
Quiero saber cómo se siente que algo te interese, con pasión.
La mayoría de la gente anhela algo excepcional, algo tan inspirador que los hiciera arriesgar todo por esa pasión, pero pocos realmente lo harían.
Es muy poderoso y es intoxicante, estar cerca de alguien tan vivo.
martes, 13 de julio de 2010
Rodaron mandarinas
- Dame mandarinas
- ¿Cuáles querés?
- No sé, las más dulces. ¿Cuáles tenés?
- Criolla, chwuefhweiufbec (no interpreté ese nombre) y Dancing.
- ¿Dancing? ¿Ésas son las más dulces?
- Sí
- Bueno entonces dame dos kilos de esas.
Podría vivir comiendo mandarinas. Pero a veces me genera fiaca pelarlas.
La fiaca.
Las llamadas ¨dancing¨, acabo de aprender que son las más difíciles de pelar. Sí, son las más dulces, pero tienen la cáscara pegada. Aunque lo bueno es que, ¡casi no tienen semillas!
Es una sensación muy particular, extraña. Me sucede al ingerir cierto tipo de alimentos. Por ejemplo, el huevo.
Es exquisito, tanto la clara, como la yema.
Pero más la yema. Sin embargo, la evito muy seguido. Es amarilla, radiante de color, y única en su sabor. Pero…
Si no estuviera rallada por naturalaza quizás no habría peros.
Pero como lo estoy, viene solo.
De este huevo, y mediante esta yema, si nadie me lo estaría vendiendo, quizás podría haber crecido un pollo.
De la misma manera, las semillas.
Y por lo tanto, tragarme la semilla de la mandarina.
¿Podrá crecerme un árbol de mandarinas en el estómago?
Estaría bastante bien ahora que lo pienso.
Sin embargo, me rehúso a comer las semillas.
El frío polar me tiene a la espera, en estado de ¿calma?
Quietud.
Si no me mantengo en movimiento, me congelo.
Por eso, es necesario ponerme el sobretodo, y salir a comprar mandarinas, ahora mismo, antes que desaparezca la luz. Antes que el día me abandone y yo ni siquiera me haya tomado la molestia de salir a deleitarlo.
Cargo la bolsa de mandarinas dancing (es un excelente nombre, bailo al comprarlas, mi cadera se balancea, repitiendo una hermosa melodía mientras la verdulera las coloca en la balanza), y me voy, feliz, radiante, próxima a vencer la fiaca de pelarlas. Son tan exquisitas (¿ya lo dije?) que puedo vencer tan ínfima resistencia.
Camino, y ahora ya es de noche. El azul eléctrico del cielo cuando todavía no acaba de cubrirse de negro, me protege. Cruzo la calle, radiante, dancing mandarina.
Y rodaron las mandarinas.
La muerte, vista tan de cerca, corre el límite y sus posibles.
- ¿Cuáles querés?
- No sé, las más dulces. ¿Cuáles tenés?
- Criolla, chwuefhweiufbec (no interpreté ese nombre) y Dancing.
- ¿Dancing? ¿Ésas son las más dulces?
- Sí
- Bueno entonces dame dos kilos de esas.
Podría vivir comiendo mandarinas. Pero a veces me genera fiaca pelarlas.
La fiaca.
Las llamadas ¨dancing¨, acabo de aprender que son las más difíciles de pelar. Sí, son las más dulces, pero tienen la cáscara pegada. Aunque lo bueno es que, ¡casi no tienen semillas!
Es una sensación muy particular, extraña. Me sucede al ingerir cierto tipo de alimentos. Por ejemplo, el huevo.
Es exquisito, tanto la clara, como la yema.
Pero más la yema. Sin embargo, la evito muy seguido. Es amarilla, radiante de color, y única en su sabor. Pero…
Si no estuviera rallada por naturalaza quizás no habría peros.
Pero como lo estoy, viene solo.
De este huevo, y mediante esta yema, si nadie me lo estaría vendiendo, quizás podría haber crecido un pollo.
De la misma manera, las semillas.
Y por lo tanto, tragarme la semilla de la mandarina.
¿Podrá crecerme un árbol de mandarinas en el estómago?
Estaría bastante bien ahora que lo pienso.
Sin embargo, me rehúso a comer las semillas.
El frío polar me tiene a la espera, en estado de ¿calma?
Quietud.
Si no me mantengo en movimiento, me congelo.
Por eso, es necesario ponerme el sobretodo, y salir a comprar mandarinas, ahora mismo, antes que desaparezca la luz. Antes que el día me abandone y yo ni siquiera me haya tomado la molestia de salir a deleitarlo.
Cargo la bolsa de mandarinas dancing (es un excelente nombre, bailo al comprarlas, mi cadera se balancea, repitiendo una hermosa melodía mientras la verdulera las coloca en la balanza), y me voy, feliz, radiante, próxima a vencer la fiaca de pelarlas. Son tan exquisitas (¿ya lo dije?) que puedo vencer tan ínfima resistencia.
Camino, y ahora ya es de noche. El azul eléctrico del cielo cuando todavía no acaba de cubrirse de negro, me protege. Cruzo la calle, radiante, dancing mandarina.
Y rodaron las mandarinas.
La muerte, vista tan de cerca, corre el límite y sus posibles.
sábado, 10 de julio de 2010
Una frase
Una frase de Borges volvió a mí.
No nos conocimos, por supuesto. Probablemente, de haberme encontrado frente a él, la omisión de emitir cualquier sonido hubiera sido lo único que se me antojaría más inteligente. ¿Cómo emitir una sola palabra? Era totalmente innecesario.
Pero así y todo, me siento con derecho de sentir una relación de amor y odio.
Mayormente, lo amo por ser tan sabio, tan profundo, único, inteligente, original, y maravilloso. Otras, creo que debería ser un poco menos soberbio. Y cuando pienso eso inmediatamente me cuestiono: él hacía lo mismo que todos, solo que de manera más exagerada y siempre más inteligente y honesta, simplemente podía hacerlo. Semejante genio no podías más que llegar hasta el fondo de cualquier cuestión.
Esta frase entonces volvió a mí, porque el destino así lo quiso. Es acerca de las cosas, los objetos. Aclaro: yo amo los objetos. Mis objetos. Cada uno encierra una historia y una parte de MI historia. Sin embargo ellos "durarán más allá de nuestro olvido, no sabrán nunca que nos hemos ido".
Es en ese momento cuando me pongo a pensar en todos los objetos que me rodean.
Solo al alcance de mi vista podría enumerar más de 100 objetos. Y mi campo visual no es demasiado amplio. Diferente sería que esté frente a una ventana abierta, y un campo abrazadoramente verde me iluminara. En ese caso, no hay palabras, solo experimento éxtasis. Pero, valga la redundancia, no es el caso.
El caso es que la noche me abraza, me cobija, me contiene, me dice: todavía no es el momento….
Respiro profundo, siento la vida que me recorre, que me permite seguir escribiendo. Siento el calor en la garganta, siento el ardor en el estómago. Todavía estoy viva, y sigo pensando en todos los objetos que me rodean. No me expando más allá de mis fronteras. Mi casa es mi reino, es mi guarida. Así y todo, no podría ser un superhéroe expuesto todo el tiempo a situaciones loquísimas y abrumadoramente emocionantes. Ellos tienen su guarida, claro, la metáfora es la misma. La guarida representa todo lo que somos. En mi guarida guardo mis objetos, en mi guarida y con mis objetos soy mi propia reina. En mi guarida, no hay apariencia que valga.
Los objetos de mi casa, más allá de cómo sea su historia, más allá de cuál haya sido su origen o vida previa antes de llegar a mí, ahora se me hacen propios. Ellos llegaron, yo los alcancé, me los apropié. Soy tan humana que tengo esa necesidad de poseer para sentirme más rica.
La posesión no es la mejor manera de empezar ningún tipo de relación, lo sé. Y nada puede poseerse por completo. Es el momento en el que Borges me dice: cuando vos fuiste, yo ya fui y volví. Los objetos, más allá de mi sentimiento de posesión, siguen teniendo su vida propia. No puedo reemplazar su pasado, apenas si puedo imprimirles mi propio estigma. Pero ellos seguirán viviendo, de cualquier manera (incluso despedazados en un basural, formando parte de una gran montaña de basura que pasa a ser otro tipo de energía) independientemente de mí.
Sabiendo esto, aún así, no puedo evitar imprimirle mi propio estigma a cada objeto.
Siento la necesidad de relacionarme de vez en cuando con todos los objetos que me rodean. Es una necesidad cíclica. Por momentos prefiero que cualquier otra persona los manosee, les saque el polvo, les imprima su sello. Solo dejo que se suceda porque quiero olvidarme de todo. Sin embargo, en un momento dado se aminora la velocidad y la vista se posa en un punto fijo e inequívoco. En un objeto. En cuanto empiezo a analizarlo me abstraigo tanto que se me hace ajeno. Aún así lo sigo mirando en detalle hasta que vuelvo a reconocerlo. Empiezo a recordar: de dónde saliste, alguien te tuvo antes, viniste de la energía misma, de un árbol, de materia prima, viniste de otra historia, de fábrica, de artesano, naciste en cadena o sos único. ¿Por qué estás acá o porqué ya no deberían más estar acá? ¿Dónde deberían estar entonces?
La seguridad es que voy a ser los única responsable de eso.
Millones de historias que podrían contarse o que nunca podrán ser contadas.
Los objetos, y nosotros mismos, cuando pasemos a ser objetos, guardaremos por siempre una historia, contenida únicamente en su subjetividad.
No nos conocimos, por supuesto. Probablemente, de haberme encontrado frente a él, la omisión de emitir cualquier sonido hubiera sido lo único que se me antojaría más inteligente. ¿Cómo emitir una sola palabra? Era totalmente innecesario.
Pero así y todo, me siento con derecho de sentir una relación de amor y odio.
Mayormente, lo amo por ser tan sabio, tan profundo, único, inteligente, original, y maravilloso. Otras, creo que debería ser un poco menos soberbio. Y cuando pienso eso inmediatamente me cuestiono: él hacía lo mismo que todos, solo que de manera más exagerada y siempre más inteligente y honesta, simplemente podía hacerlo. Semejante genio no podías más que llegar hasta el fondo de cualquier cuestión.
Esta frase entonces volvió a mí, porque el destino así lo quiso. Es acerca de las cosas, los objetos. Aclaro: yo amo los objetos. Mis objetos. Cada uno encierra una historia y una parte de MI historia. Sin embargo ellos "durarán más allá de nuestro olvido, no sabrán nunca que nos hemos ido".
Es en ese momento cuando me pongo a pensar en todos los objetos que me rodean.
Solo al alcance de mi vista podría enumerar más de 100 objetos. Y mi campo visual no es demasiado amplio. Diferente sería que esté frente a una ventana abierta, y un campo abrazadoramente verde me iluminara. En ese caso, no hay palabras, solo experimento éxtasis. Pero, valga la redundancia, no es el caso.
El caso es que la noche me abraza, me cobija, me contiene, me dice: todavía no es el momento….
Respiro profundo, siento la vida que me recorre, que me permite seguir escribiendo. Siento el calor en la garganta, siento el ardor en el estómago. Todavía estoy viva, y sigo pensando en todos los objetos que me rodean. No me expando más allá de mis fronteras. Mi casa es mi reino, es mi guarida. Así y todo, no podría ser un superhéroe expuesto todo el tiempo a situaciones loquísimas y abrumadoramente emocionantes. Ellos tienen su guarida, claro, la metáfora es la misma. La guarida representa todo lo que somos. En mi guarida guardo mis objetos, en mi guarida y con mis objetos soy mi propia reina. En mi guarida, no hay apariencia que valga.
Los objetos de mi casa, más allá de cómo sea su historia, más allá de cuál haya sido su origen o vida previa antes de llegar a mí, ahora se me hacen propios. Ellos llegaron, yo los alcancé, me los apropié. Soy tan humana que tengo esa necesidad de poseer para sentirme más rica.
La posesión no es la mejor manera de empezar ningún tipo de relación, lo sé. Y nada puede poseerse por completo. Es el momento en el que Borges me dice: cuando vos fuiste, yo ya fui y volví. Los objetos, más allá de mi sentimiento de posesión, siguen teniendo su vida propia. No puedo reemplazar su pasado, apenas si puedo imprimirles mi propio estigma. Pero ellos seguirán viviendo, de cualquier manera (incluso despedazados en un basural, formando parte de una gran montaña de basura que pasa a ser otro tipo de energía) independientemente de mí.
Sabiendo esto, aún así, no puedo evitar imprimirle mi propio estigma a cada objeto.
Siento la necesidad de relacionarme de vez en cuando con todos los objetos que me rodean. Es una necesidad cíclica. Por momentos prefiero que cualquier otra persona los manosee, les saque el polvo, les imprima su sello. Solo dejo que se suceda porque quiero olvidarme de todo. Sin embargo, en un momento dado se aminora la velocidad y la vista se posa en un punto fijo e inequívoco. En un objeto. En cuanto empiezo a analizarlo me abstraigo tanto que se me hace ajeno. Aún así lo sigo mirando en detalle hasta que vuelvo a reconocerlo. Empiezo a recordar: de dónde saliste, alguien te tuvo antes, viniste de la energía misma, de un árbol, de materia prima, viniste de otra historia, de fábrica, de artesano, naciste en cadena o sos único. ¿Por qué estás acá o porqué ya no deberían más estar acá? ¿Dónde deberían estar entonces?
La seguridad es que voy a ser los única responsable de eso.
Millones de historias que podrían contarse o que nunca podrán ser contadas.
Los objetos, y nosotros mismos, cuando pasemos a ser objetos, guardaremos por siempre una historia, contenida únicamente en su subjetividad.
miércoles, 7 de julio de 2010
Estar perdido
Yo estoy perdida.
Salgo de la casa y no sé si encarar para la izquierda o para la derecha. Pero porque son solo (o tantas!) las únicas dos direcciones que tenía posibilidad de encarar.
Ir para atrás significaría volverme a un ascensor, con temor, y defraudada al saber que ni siquiera pude pisar una baldosa.
Ir para adelante significa una página en blanco. Tantas veces quisimos tener frente nuestro una de esas. Tener una página en blanco significa no tener que dar tantas explicaciones, significa poder empezar a escribir en imprenta o en cursiva, poder tener letra chica o grande. Significa poder tomar una nueva elección.
El registro de la página anterior sigue vigente, igual que antes. La escritura no admite vueltas a cero.
Pero la página nueva amplía el límite de lo posible.
Si yo digo de ir hacia la izquierda, el camino correcto seguramente era la derecha.
Esto no es una poetizacación de nada.
Si tengo la convicción de que una dirección es la correcta,
la otra dirección opuesta termina siendo la indicada
(aunque quizás solo en el corto plazo).
No hay una segunda intención al desviarme del camino.
Por el contrario, mi mayor deseo e intención es llegar cuanto antes a destino.
La ansiedad no permite dilaciones.
Pero el sonido de ese saxo siempre me desvía.
Es que un buen augurio está por florecer.
Los brotes se asoman tímidos pero, ellos sí, seguros.
Hay que hacer fuerza para salir de la rama.
La noche se abre a cada metro.
Una nube nueva despeja una duda.
A ella no le importa si resolvemos algo o no.
Sigo mirando el cielo. Mi termómetro de sentimientos.
No se pueden tener pensamientos sinceros sin contemplar el cielo.
Y aunque se me tilde de soberbia, es mi página en blanco y digo lo que quiero.
Soy un saxo? soy de sexo?
Soy de noche.
Salgo de la casa y no sé si encarar para la izquierda o para la derecha. Pero porque son solo (o tantas!) las únicas dos direcciones que tenía posibilidad de encarar.
Ir para atrás significaría volverme a un ascensor, con temor, y defraudada al saber que ni siquiera pude pisar una baldosa.
Ir para adelante significa una página en blanco. Tantas veces quisimos tener frente nuestro una de esas. Tener una página en blanco significa no tener que dar tantas explicaciones, significa poder empezar a escribir en imprenta o en cursiva, poder tener letra chica o grande. Significa poder tomar una nueva elección.
El registro de la página anterior sigue vigente, igual que antes. La escritura no admite vueltas a cero.
Pero la página nueva amplía el límite de lo posible.
Si yo digo de ir hacia la izquierda, el camino correcto seguramente era la derecha.
Esto no es una poetizacación de nada.
Si tengo la convicción de que una dirección es la correcta,
la otra dirección opuesta termina siendo la indicada
(aunque quizás solo en el corto plazo).
No hay una segunda intención al desviarme del camino.
Por el contrario, mi mayor deseo e intención es llegar cuanto antes a destino.
La ansiedad no permite dilaciones.
Pero el sonido de ese saxo siempre me desvía.
Es que un buen augurio está por florecer.
Los brotes se asoman tímidos pero, ellos sí, seguros.
Hay que hacer fuerza para salir de la rama.
La noche se abre a cada metro.
Una nube nueva despeja una duda.
A ella no le importa si resolvemos algo o no.
Sigo mirando el cielo. Mi termómetro de sentimientos.
No se pueden tener pensamientos sinceros sin contemplar el cielo.
Y aunque se me tilde de soberbia, es mi página en blanco y digo lo que quiero.
Soy un saxo? soy de sexo?
Soy de noche.
lunes, 28 de junio de 2010
La hoja bruja
Soy una bruja de junio. Desnuda y con frío.
Lo más cálido trata de ser el rojo de mis uñas. Pero me parece que le añade un componente todavía un poco más perverso.
Estoy volando, invisible, por todos los aires fríos que congelan las puntas de las narices.
Te rodeo de frío
Cómo explicarte que estoy fría, pero llena de amor.
Mi amor da escalofrío. No logra calentarte, pero aún así es completamente mágico.
El problema es que no puedo terminar de desprenderme de mi árbol de brisa helada.
Hasta que no me veas roja, no me arranques.
Ni oses intentarlo, cuando ya esté amarilla, y quemada.
Dejame envolverte todavía un tiempo más,
roja
amarilla
o seca
hasta caer, por mi propio peso.
Lo más cálido trata de ser el rojo de mis uñas. Pero me parece que le añade un componente todavía un poco más perverso.
Estoy volando, invisible, por todos los aires fríos que congelan las puntas de las narices.
Te rodeo de frío
Cómo explicarte que estoy fría, pero llena de amor.
Mi amor da escalofrío. No logra calentarte, pero aún así es completamente mágico.
El problema es que no puedo terminar de desprenderme de mi árbol de brisa helada.
Hasta que no me veas roja, no me arranques.
Ni oses intentarlo, cuando ya esté amarilla, y quemada.
Dejame envolverte todavía un tiempo más,
roja
amarilla
o seca
hasta caer, por mi propio peso.
domingo, 27 de junio de 2010
Día blusero
Quizás fue el día.
El domingo me inspira sentimientos encontrados.
También pudo haber sido el tren, tan solitario.
Me preguntaba si no me habría equivocado, si no estaría en una realidad paralela, en un tren de domingo al mediodía, en un sueño.
Viajando, mirando por la ventana, se me ocurrió que un día como éste era, propiamente, un día blusero.
¿Cómo sería un día como éste?
Supongo que sería como yo lo veía: nublado, lluvioso, frío, el tren vacío.
La niebla no deja que se recorte el horizonte. Nada tiene límities y todo parece ser más difuso, pero también más cercano. Un día sin límites, un día un poco más flexible.
Las pisadas pegajozas tampoco están seguras de querer desprenderse del piso a cada paso. Quieren estar un poco de tiempo juntas. ¿Quién era yo para separarlas?
Barro, café, mucho.
Chocolates, cigarrillos, whisky.
Por supuesto, siempre de fondo, siempre presente, la música.
Una voz carrasposa, de pozo sin fondo, pero sin eco.
La voz se me iba metiendo, como un bicho, una plaga de bichos, por las orejas.
Un vez que entró la primera, era imposible detener al resto.
Sentía el cosquilleo de los bichos en mi oreja.
Pasos de pequeñas punzadas que nunca se quedaban quietos.
Un ejército de notas llegaba hasta el oído medio y unas pocas se atrevían a desviarse, pasando por las fosas nasales.
Y es gracias a ellas, que pude también respirar ese ejército de notas de mi día blusero.
Respiro esa voz, respiro la humedad.
Huele a pensamientos silenciosos, a verdades todavía no dichas.
Huele a muchos recuerdos.
Y es siempre que siento ese olor, cuando se me punza el corazón.
No todo es tan hermosamente perfecto en este día blusero.
Igual, tiene su mística.
El domingo me inspira sentimientos encontrados.
También pudo haber sido el tren, tan solitario.
Me preguntaba si no me habría equivocado, si no estaría en una realidad paralela, en un tren de domingo al mediodía, en un sueño.
Viajando, mirando por la ventana, se me ocurrió que un día como éste era, propiamente, un día blusero.
¿Cómo sería un día como éste?
Supongo que sería como yo lo veía: nublado, lluvioso, frío, el tren vacío.
La niebla no deja que se recorte el horizonte. Nada tiene límities y todo parece ser más difuso, pero también más cercano. Un día sin límites, un día un poco más flexible.
Las pisadas pegajozas tampoco están seguras de querer desprenderse del piso a cada paso. Quieren estar un poco de tiempo juntas. ¿Quién era yo para separarlas?
Barro, café, mucho.
Chocolates, cigarrillos, whisky.
Por supuesto, siempre de fondo, siempre presente, la música.
Una voz carrasposa, de pozo sin fondo, pero sin eco.
La voz se me iba metiendo, como un bicho, una plaga de bichos, por las orejas.
Un vez que entró la primera, era imposible detener al resto.
Sentía el cosquilleo de los bichos en mi oreja.
Pasos de pequeñas punzadas que nunca se quedaban quietos.
Un ejército de notas llegaba hasta el oído medio y unas pocas se atrevían a desviarse, pasando por las fosas nasales.
Y es gracias a ellas, que pude también respirar ese ejército de notas de mi día blusero.
Respiro esa voz, respiro la humedad.
Huele a pensamientos silenciosos, a verdades todavía no dichas.
Huele a muchos recuerdos.
Y es siempre que siento ese olor, cuando se me punza el corazón.
No todo es tan hermosamente perfecto en este día blusero.
Igual, tiene su mística.
Todos trigaban igual
A veces me pregunto cuán loca puedo estar.
En ciertos momentos creo que estoy menos loca, que es solo mi propia impresión la que me hace creer que es más terrible.
Sin embargo, en otros momentos, cuando me sincero un poquito más, paso a entender que es bastante serio el asunto.
Por suerte se podría estar un poco más loca todavía, si ni siquiera me detuviera un buen rato a pensarlo.
Igual, sumo un poco más de locura cuando pienso que estoy tan loca como para detenerme a pensar eso.
Es como un trabalenguas, un tigre, dos tigres, tres tigres trigaban en un trigal.
¿Qué tigre trigaba más?
Todos trigaban igual.
En ciertos momentos creo que estoy menos loca, que es solo mi propia impresión la que me hace creer que es más terrible.
Sin embargo, en otros momentos, cuando me sincero un poquito más, paso a entender que es bastante serio el asunto.
Por suerte se podría estar un poco más loca todavía, si ni siquiera me detuviera un buen rato a pensarlo.
Igual, sumo un poco más de locura cuando pienso que estoy tan loca como para detenerme a pensar eso.
Es como un trabalenguas, un tigre, dos tigres, tres tigres trigaban en un trigal.
¿Qué tigre trigaba más?
Todos trigaban igual.
viernes, 11 de junio de 2010
Otro sueño
Sueño que todo es como debería.
Sueño que todo sea al menos un poco más sincero.
Sueño sin maldad.
Sueño sin sueño.
Sueño que todo sea al menos un poco más sincero.
Sueño sin maldad.
Sueño sin sueño.
Un sueño
Dejame contarte un sueño, de un ser místico, de otros milenios, con cabeza de gato, negro como la noche, con un ojo celeste y otro color café, con dos piernas, y cola de pez.
Quería ser un ser como cualquier otro. Pero esos otros no comprendían su extraña forma, que no dejaba de contener al fin y al cabo a un ser común y corriente, pero con un aspecto poco corriente.
Por eso se cortó su cola de pez, y avanzaba paso a paso.
Pese a su esfuerzo y su transformación, todos seguían diciendo: esto solo puede ser un mal augurio.
Quería ser un ser como cualquier otro. Pero esos otros no comprendían su extraña forma, que no dejaba de contener al fin y al cabo a un ser común y corriente, pero con un aspecto poco corriente.
Por eso se cortó su cola de pez, y avanzaba paso a paso.
Pese a su esfuerzo y su transformación, todos seguían diciendo: esto solo puede ser un mal augurio.
Pierdo o no pierdo
Pierdo las mañas
pero no pierdo el miedo.
Tampoco pierdo el pelo
pero se va poniendo blanco.
A veces no tengo miedo
por eso saco la traba
y vuelvo a salir.
pero no pierdo el miedo.
Tampoco pierdo el pelo
pero se va poniendo blanco.
A veces no tengo miedo
por eso saco la traba
y vuelvo a salir.
martes, 2 de marzo de 2010
Día belicoso
En un día belicoso no empiezo con el buen día y el bostezo, sino con el: ¿qué hora es?
No continúo con el: gracias y dame 5 minutos, sino con el DEJAME TRANQUILA, yo puedo levantarme, puedo con esto. Al final de cuentas, no es más que un día igual a tantos otros.
Esa mañana, el jugo de naranja está exactamente igual que el día anterior, pero sin el condimento de disfrute que le da el sabor inigualable de ser lo primero que pruebo por la mañana.
Ese día, absolutamente belicoso, se manifiesta ¡aún cuando todavía no pude advertirlo!
Ya es de noche y todavía lo estoy atravesando, se nota.
Lo mágico de este día es que me gustaría hacerlo extensivo a tantos otros.
En este día levanto las armas y no las depongo.
Mi intención no es andar por la vida haciendo la guerra. Cualquier guerra me resulta inútil antes de comenzarla. Pero mi belicosidad se encuentra absolutamente enfocada.
¿Qué hace pensar a mucha gente que lo que dice es una verdad absoluta?
Y yo, por ser parte de mi belicoso, lo expreso. Era tan sencillo como eso.
Al final de cuentas mi belicosidad, no permite demasiadas complicaciones.
No continúo con el: gracias y dame 5 minutos, sino con el DEJAME TRANQUILA, yo puedo levantarme, puedo con esto. Al final de cuentas, no es más que un día igual a tantos otros.
Esa mañana, el jugo de naranja está exactamente igual que el día anterior, pero sin el condimento de disfrute que le da el sabor inigualable de ser lo primero que pruebo por la mañana.
Ese día, absolutamente belicoso, se manifiesta ¡aún cuando todavía no pude advertirlo!
Ya es de noche y todavía lo estoy atravesando, se nota.
Lo mágico de este día es que me gustaría hacerlo extensivo a tantos otros.
En este día levanto las armas y no las depongo.
Mi intención no es andar por la vida haciendo la guerra. Cualquier guerra me resulta inútil antes de comenzarla. Pero mi belicosidad se encuentra absolutamente enfocada.
¿Qué hace pensar a mucha gente que lo que dice es una verdad absoluta?
Y yo, por ser parte de mi belicoso, lo expreso. Era tan sencillo como eso.
Al final de cuentas mi belicosidad, no permite demasiadas complicaciones.
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